lunes, 27 de mayo de 2024

Construyendo memoria antes de Google. “LA HISTORIA OCULTA DEL RÉGIMEN MILITAR”


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HACE 30 AÑOS, SEMANAS DESPUÉS DEL PLEBISCITO DEL 5 DE OCTUBRE DE 1988, EL DIARIO LA EPOCA PUBLICÓ EL ÚLTIMO FASCÍCULO DE “LA HISTORIA OCULTA DEL RÉGIMEN MILITAR”, LA MÁS COMPLETA INVESTIGACIÓN PERIODÍSTICA ESCRITA SOBRE LA DICTADURA. LANZADA LUEGO COMO LIBRO, LA OBRA SE CONVIRTIÓ EN UN CLÁSICO DEL GÉNERO. UNA ENTREVISTA CON SUS TRES AUTORES -REALIZADA POR ACADÉMICOS DE LA ESCUELA DE PERIODISMO UDP-, ENTREGA DETALLES INÉDITOS SOBRE CÓMO LOGRARON REPORTEAR LA TRASTIENDA DE PINOCHET EN EL PODER.
-Dame un pucho -dijo el conscripto- No he fumado en todo el día.
-¡Nada de cigarrillos! -gritó un suboficial, a cierta distancia-. Mi general dijo que ni una luz.
El diálogo ocurre la madrugada del 12 de septiembre de 1973, entre soldados que custodian los escombros humeantes de La Moneda. En Santiago reina el toque de queda y los conscriptos están cansados y nerviosos.
Así parte “La historia oculta del régimen militar”, la investigación periodística que cubre los 17 años de la dictadura de Pinochet, desde las violaciones a los derechos humanos hasta las soterradas disputas entre los miembros de la junta. La obra fue lanzada por primera vez hace 30 años, en el desaparecido diario La Epoca, mediante fascículos semanales que culminaron con la cobertura del plebiscito del 5 de octubre de 1988.
Los autores eran los periodistas Ascanio Cavallo, Manuel Salazar y Oscar Sepúlveda, tres compañeros de carrera en la Universidad de Chile que, en las postrimerías del régimen, trabajaban en La Epoca como editores. Amigos, voraces lectores y cinéfilos, se propusieron hacer un relato rigurosamente periodístico, aunque con giros literarios acotados que lo intensificaran. Así surgió la idea de partir con la escena de los soldados custodiando La Moneda destruida. Luego, la trama va ampliando el foco hasta graficar en toda su magnitud la tragedia del quiebre democrático.
Se propusieron escribir unos 25 capítulos, robándole tiempo a la frenética labor periodística de esos días. Para no verse “pillados” por la contingencia, tenían listas cuatro o cinco entregas cuando el primer capítulo se publicó con el diario. Pero muy pronto estaban sobrepasados, cerrando los fascículos el día antes. De los 25 capítulos proyectados escribieron más de 50, el último de ellos con detalles de cómo la noche del 5 de octubre un amargado Pinochet, en La Moneda, se vio obligado a aceptar la derrota. La obra completa ha sido reeditada varias veces como libro.
Hace algunos años, a instancias de dos periodistas e investigadores de la Escuela de Periodismo UDP, los tres autores hablaron por separado de esa experiencia. El resultado es esta entrevista a tres voces sobre una de las investigaciones periodísticas más emblemáticas de la historia chilena reciente. Un extracto de este registro fue publicado el domingo 30 de septiembre en Reportajes del diario La Tercera. Acá su versión completa.
¿Cuándo decidieron escribir esta serie tenían algún modelo o referente periodístico que se acercara a lo que querían hacer?
A. Cavallo: Acá en Chile no, que yo recuerde. Sí teníamos claro que había que hacer un relato que requería de ciertos giros literarios muy acotados. Por ejemplo, partir con detalles y ampliar el foco, que técnicamente es un recurso no periodístico.
M. Salazar: Tengo la impresión de que un referente fue un trabajo que habían hecho años atrás las periodistas Marcela Otero y Malú Sierra en la revista Hoy, el primer reportaje en la prensa chilena sobre los detenidos desaparecidos y la DINA. Era un trabajo por capítulos estupendo y que tenía un nombre parecido. A nosotros desde el comienzo nos pareció que lo que debíamos hacer era contar de otra manera lo ocurrido durante la dictadura, desde sus inicios hasta donde llegásemos. Yo tenía la formación de la agencia UPI. Cuando tú escribes para agencias internacionales redactas textos que tienen entre tres mil y ocho mil caracteres, no más. Y tienes que privilegiar el color, los datos pasan a ser un anexo. Lo que importa es el relato, que sea una buena historia. Algo muy propio del periodismo anglosajón.
O. Sepúlveda: Los tres somos de la misma generación de la Escuela de Periodismo de Universidad de Chile, pero hasta donde recuerdo no teníamos ningún referente como guía. Nunca por lo menos lo conversamos (…) La idea era hacer una obra novedosa, recrear los hechos a través de imágenes que pudieran acercar al lector a la trama, para que no fuera tan árida. Como si estuviera viendo una película. Los tres éramos buenos lectores, nos gustaba el cine. Eso influyó.
¿Manejaban las técnicas del periodismo de investigación de manera sistemática o intuitiva?
M. Salazar: De una forma más sistemática, por nuestra trayectoria profesional. Los tres empezamos a trabajar en periodismo por ahí por 1978 y ya llevábamos casi 10 años cuando empezamos la serie. Era una época durísima donde aprendías mucho. Tenías relación con periodistas extranjeros que venían a Chile, gente que te enseñaba mucho.
A. Cavallo: No tuvimos ramos del periodismo de investigación en la universidad, pero teníamos muy claros los estándares del periodismo de investigación norteamericano. No es que los aplicáramos todos, pero sabíamos que había procedimientos como los del caso Watergate en el Washington Post. Yo por lo menos me acuerdo de haber tenido esa conciencia de cruce de fuentes desde bastante temprano en mi carrera.


“A LOS 15 Ó 20 CAPÍTULOS ESTÁBAMOS PILLADOS”

¿Hicieron una capitulación previa antes de lanzarse a escribir?
O. Sepúlveda: Hicimos un esqueleto inicial. Al comienzo definimos unos 25 capítulos, pero terminamos con más de 50. El libro tiene una estructura que se justifica sólo por la forma en que fue hecho: a medida que íbamos investigando se nos completaba el cuadro. Por eso trabajamos mucho con flashbacks, porque nos surgían datos sobre temas que ya habían quedado atrás. Entonces, en capítulos posteriores teníamos que volver a profundizar aspectos valiosos.
M. Salazar: Hicimos una primera capitulación antes de reportear nada. Logramos el visto bueno del director del diario [Emilio Filippi] y creo que trabajamos menos de un mes preparando los cuatro o cinco primeros capítulos antes de publicar la serie.
A. Cavallo: Incluso, cuando partimos no estaba clara la fecha del plebiscito, pero ya habíamos anunciado a los lectores que la serie llegaba hasta ahí. Estuvimos trabajando un mes o algo más en hacer entrevistas y reuniendo papeles, pero a ciegas. En general no sabíamos lo que andábamos buscando. Recuerdo haber ido a entrevistas donde preguntaba: “Oiga ¿qué pasó el ‘75 en general?”. Tengo la idea de que alcanzamos a producir unos 3 ó 4 capítulos antes de partir, como colchón para que no nos pillara la máquina. Pero ya a los 15 ó 20 capítulos estábamos pillados, cerrando capítulos el día anterior.
¿Cómo repartieron el reporteo y la escritura?
M. Salazar: Nos guiamos por los temas que habíamos reporteado cada uno hasta ese momento. Yo me hice cargo de los temas de derechos humanos, represión e izquierda. Ascanio Cavallo tomó la política palaciega y los partidos que estaban relativamente institucionalizados en los ‘80, como la DC. Oscar Sepúlveda tomó las relaciones internacionales y otros asuntos similares. Todos nos hicimos cargo de capítulos específicos, pero gracias al background de cada uno también aportábamos a los capítulos de los otros. Si Oscar, por ejemplo, estaba trabajando en tal tema, lo que teníamos Ascanio y yo al respecto lo dejábamos en su carpeta y también le aportábamos fuentes. Eso fue posible fundamentalmente por nuestra relación de amistad y confianza.
A. Cavallo: Manuel Salazar tomó todo lo que era la represión de la izquierda, la subversión y los temas de derechos humanos, una línea que parte con el exterminio del MIR y que termina con el FPMR. Oscar tomó temas de relaciones exteriores como el Filipinazo y episodios políticos como la venida del Papa Juan Pablo II a Chile. Yo tomé los temas relacionados con fuerzas armadas e itinerario político.
O. Sepúlveda: Cuando uno entrevistaba a una fuente salía con mucha información, porque la idea era aprovechar cada entrevistado para sacarle toda la información posible sobre el periodo que la fuente conocía. Después carpeteábamos los datos y hacíamos una división de antecedentes. Entonces, junto con iniciar este temario con estos 25 capítulos iniciales, empezamos a repartirnos los temas: “Tú te encargas de estos cinco capítulos, tú de estos otros cinco”. Con la Iglesia Católica repartimos más las cosas. Yo trabajé muchísimo en los capítulos finales de la venida del Papa. Ascanio trabajó bastante el rol que jugó la Iglesia en los inicios del régimen.

BUSCAR SIN GOOGLE


¿Qué tan importante fue el trabajo previo de recopilación de información?
M. Salazar: Es fundamental en este tipo de periodismo. Tienes que verlo y tenerlo todo. Hace unos años un periodista tuvo problemas con un empresario, Julio Ponce Lerou, porque publicó una información usando como base un reportaje de la revista Cauce de los años ’80. El periodista no captó que al número siguiente la revista tuvo un desmentido de Ponce Lerou. Se quedó sólo con el reportaje original y no revisó sus reacciones. Eso es muy frecuente.
A. Cavallo: Nos dimos cuenta que había mucha información publicada en los diarios. En El Mercurio, por ejemplo, salían parrafitos de enfrentamientos entre la subversión y los aparatos de seguridad. Entonces, uno podía saber datos como la fecha y el lugar. Era largo de hacer, sin google, con archivos de papel. Ocupábamos el archivo de La Época y también la Biblioteca Nacional. Además, ocupábamos archivos de la Iglesia Católica sobre derechos humanos. La Vicaría de la Solidaridad había publicado varios libros y documentos resúmenes muy ordenados. Entre las revistas era especialmente valiosa Qué Pasa, que tenía una sección llamada Ojos de la Llave con mucho material. Después, en los ’80 la sección política de Qué Pasa se puso muy valiosa. Ahora, siempre eran más indicios que información procesada. Obviamente, también hay que contar las revistas que surgieron en los ’80: Hoy, Apsi, Análisis.
O. Sepúlveda: Había que recorrer desde El Mercurio hasta la revista Análisis.
¿Los archivos de la Vicaría fueron los más valiosos a los que tuvieron acceso?
M. Salazar: En el tema de los derechos humanos a lo mejor, aunque en ese ámbito también logramos hablar con protagonistas, gente que por ejemplo había estado clandestina. Además, accedimos a otros documentos completamente desconocidos en ese tiempo: decretos, comisiones legislativas, mucha información policial de Investigaciones. Yo creo que durante varios años se acostumbró en Chile a utilizar las investigaciones judiciales sobre casos emblemáticos para hacer libros. Tomabas el proceso judicial y escribías el libro. Nosotros nos resistíamos a eso. Íbamos más allá del dato frío. Para nosotros también era importante saber contar la historia.
¿Hubo libros que les resultaran valiosos?
A. Cavallo: Hubo uno que nos dio mucho material, “El General Disidente”, de Florencia Varas [Editorial Aconcagua, 1979]. Tenía indicios de hechos que luego reporteamos y resultaron ser grandes. Además, tuvimos acceso a prácticamente todos sus protagonistas. Obtuvimos documentos como las cartas de la crisis al interior de la junta militar, con motivo de la consulta de 1978 [en capítulo 18, Asonada en diciembre, cuando Pinochet decidió hacer una consulta a la ciudadanía para rechazar la condena de la ONU a Chile por la situación de los derechos humanos, lo que fue resistido por el general Leigh]. Otro libro importante es “Asesinato en Washington”, de John Dinges y Saul Landau [Assassination on embassy row, Editorial Pantheon, 1980].

Resultado de imagen para “El General Disidente”, de Florencia Varas [Editorial Aconcagua, 1979]

“ERAN MAYORITARIAMENTE FUENTES DE GOBIERNO”


¿Cómo consiguieron que fuentes del propio régimen hablaran para este proyecto?
O. Sepúlveda: A nuestros primeros entrevistados les contábamos que íbamos a cubrir una serie de hechos que la prensa de la época había omitido. Toda esta gente en general entendió, y a eso probablemente contribuyó que los primeros capítulos tuvieran un cierto peso, un cierto tono que influyó mucho: cuando empezamos a publicar, las fuentes se multiplicaron.
M. Salazar: En el contexto político del momento, parte importante de la derecha estaba muy dispuesta a la transición. Hubo gente de ese sector que nos ayudó harto, incluso a convencer a otras fuentes para hablar. Otro actor importante fue la Iglesia Católica, partiendo por el cardenal Raúl Silva Henríquez. Esto hizo que personas que nunca imaginamos nos hablaran. Eso sí, con el compromiso ya claramente establecido después de ver los primeros capítulos de que el resguardo de la fuente no se iba a romper.
¿Cuántos entrevistados tuvieron en total?
A. Cavallo: Hasta donde recuerdo eran cerca de 140 personas, aunque las horas de grabación eran muchas más. Eran mayoritariamente fuentes de gobierno. En segundo lugar venían los entrevistados de oposición. Sobre estas últimas, evitamos en lo posible hablar con los dirigentes de primerísimo nivel, salvo para chequear información. Si no, convertíamos la trama en una suerte de santería civil y nuestro foco era el gobierno.
O. Sepúlveda: Mi cálculo es que usamos cerca de trescientas fuentes, aunque es una estimación mía, que los demás autores no tienen necesariamente que compartir.
¿Por qué optaron por usar casi exclusivamente fuentes en “off the record”?
M. Salazar: Antes de que los primeros capítulos salieran nos encontramos con bastante gente que estaba dispuesta a hablar, pero que no quería ser mencionada. Nosotros en La Época teníamos un manual de estilo, que decía que todas las fuentes debían citarse, salvo en casos extraordinarios. Pero el libro partía con los primeros años de la dictadura, los más complicados. Y al empezar a reportear la mayoría de la gente no quería aparecer con su nombre. Ese era un lío, por lo que decidimos no poner fuentes, salvo alguien que pidió expresamente ser mencionado: el abogado Jorge Ovalle Quiroz [asesor del comandante en jefe de la Fach, Gustavo Leigh].
A. Cavallo: Si poníamos un episodio con fuentes y otro sin fuentes el primero iba a ganar fuerza en desmedro del otro. Además, trabajamos sobre la convicción de que en el ambiente de la época pretender tener sólo fuentes en on the record era una demencia. Ahora, la inmensa mayoría de las entrevistas las grabamos en cintas, no obstante ser pactado en off the record.
O. Sepúlveda: Había gente que no tenía problemas en que citáramos su identidad, pero se trataba de casos en que nosotros teníamos información que avalaba lo que nos decían. Sin embargo, la mayoría te pedía inmediatamente el off the record como condición para hablar.
¿Qué reglas utilizaban para trabajar con fuentes en off the record?
O. Sepúlveda: Teníamos clarísimo el principio ético básico de no revelar jamás a una fuente en la investigación, ni al conversar con otros entrevistados ni en el texto. Tampoco quisimos nunca confundir nuestra misión de periodistas con la de un investigador policial, ni hacer denuncias en los tribunales ni arreglar cuentas con la historia. Simplemente ser testigos y retratar.
A. Cavallo: Nosotros nunca hemos dicho quiénes nos hablaron, pero una vez Mónica Madariaga [ex ministra de Justicia y Educación de Pinochet, fallecida en 2009], al presentar sus propias memorias, dijo: “Yo quiero decir que fui una fuente”. Con ella la cantidad de horas de grabación fue inmensa. Y ella siempre partió sobre la base de que no revelaríamos unilateralmente su identidad.
¿Qué resguardos tomaron para evaluar la información de las fuentes “en off”?
M. Salazar: Para reproducir un hecho delicado había que encontrar tres fuentes distintas que contaran la historia de una manera aproximada. Ahí entraba el recurso de la novelización de la trama: darle atractivo y estilo al relato, lo que a mi juicio fue un acierto.
¿En qué episodios requirieron de tres fuentes para chequear la información?
M. Salazar: Uno de los episodios más comentados es una reunión del círculo más pequeño de Pinochet, donde Pinochet golpea una mesa de vidrio y la rompe, en medio de una pelea con el general Gustavo Leigh [en el capítulo 3, Fractura en el piso 22]. En esos momentos el episodio era bastante difícil de creer. Ahora, especialmente para la gente que tiene cierto manejo en estos temas, se puede identificar qué fuentes hablaron, pero en ese momento era súper complicado, porque las fuentes eran muy restringidas.
A. Cavallo: Al narrar el viaje fracasado de Pinochet a Filipinas, Oscar Sepúlveda logró reconstruir visualmente detalles inimaginables. Incluso llegó con una foto de la placa de auto que iba a usar Pinochet en esa visita.
En algunos pasajes ustedes omiten información, como en el capítulo 14, “Los años de gloria de la DINA”, donde no ponen los nombres de las empresas proveedoras de la DINA porque no tenían la certeza de que esas firmas supieran que trabajaban con ese organismo.
M. Salazar: Me parece que uno debería dejar espacio para la duda cuando no hay certeza. Decir: “Hay fuentes que dicen esto, pero nosotros no fuimos capaces de saber si es verdadero”. Ese tipo de aclaraciones nosotros tres la compartimos hasta ahora. Probablemente otros periodistas también. Pero muy pocos medios te permiten hacer eso. Los medios quieren acercarse al máximo a la verdad y eso no siempre se logra.

UNA DELEGACIÓN DE LA DINA EN EL DIARIO


¿Dónde se reunían con fuentes confidenciales como ex miembros de la DINA u oficiales de Ejército?
M. Salazar: En los lugares más extraños, lo que es típico de esa clase de fuentes. Por ejemplo en una plaza, con un tipo que se te acercaba y te decía: “Caminemos”. Me acuerdo de haberme juntado con una fuente en la ribera del Mapocho, con el tipo súper nervioso. O cuando hablabas con la ultraizquierda, que te hacían subirte a un auto y te llevaban para acá y para allá.
A. Cavallo: Hicimos el quinto capítulo del libro sobre la DINA, Las cuatro letras del miedo. Era un capítulo con información más o menos pública, a la que sumamos antecedentes inéditos de Manuel Salazar. Pero luego de publicarlo nos llamaron ex agentes de la DINA, quejándose porque no les habíamos preguntado. Entonces, hicimos otro capítulo, Dina: los años de gloria, con los datos aportados por una delegación de ex agentes que llegó al diario. Los ex DINA sentían que habían tenido que hacer el trabajo sucio, pero que el modelo económico lo estaban disfrutando otros. Se suele olvidar que la DINA tenía un modelo económico propio. Su división económica había investigado a los grupos empresariales, a los ricos, no a los pobres. Entonces, estos entrevistados estaban preocupados de reivindicar esa parte. Pero como eran bastante toscos, de paso te contaban una cantidad de brutalidades desconocidas. Con mucho orgullo nos contaron que tenían bajo control a todos los embajadores que vinieron a la Sexta Asamblea de la OEA en Santiago [1976], gracias a la “compañía” de sus mujeres de la Brigada Femenina.
¿Hubo información que no lograron chequear y publicar o que omitieron por posibles represalias?
O. Sepúlveda: Más que omitir información por posibles represalias, lo hicimos por falta de unanimidad nuestra en la credibilidad de las fuentes. O cuando no había pruebas suficientes.
A. Cavallo: Teníamos indicios sobre quién era un personaje muy, muy importante del régimen al que le decían el “Cara de Jote” y que presenció continuamente actos de tortura. No estoy seguro si no lo confirmamos completamente, o si preferimos no inferir una acusación tan grave.
En el libro sugieren cosas sin decirlas claramente. Una de ellas es cuando a Pinochet le cancelan la visita a Filipinas y su comitiva debe volver. El libro dice que mientras el avión retornaba, en el entorno de Pinochet se temió seriamente por la estabilidad del régimen. ¿Por qué no dicen derechamente que Pinochet temió que le hicieran un golpe en Santiago?
A. Cavallo: En ese caso se trata de una especulación que recorrió a la comitiva. Si hubiéramos dicho “golpe de Estado” habríamos tenido que precisar. Lo mismo ocurre después, en 1986, luego del atentado en el Cajón del Maipo, en que hubo un par de horas en que Pinochet buscó detectar desde dónde podría venir el complot.
O. Sepúlveda: Uno no puede asegurar lo que pasa por la mente de un personaje. Uno a lo más sugiere lo que podría estar pensando.

“HASTA A DÓNDE VAN A LLEGAR”


¿Hubo presiones cuando comenzaron a salir los primeros capítulos?
M. Salazar: Publicado el primer capítulo el director del diario recibió una llamada del general Santiago Sinclair, entonces vicecomandante en jefe del Ejército, quien le preguntó: “Queremos saber hasta a dónde van a llegar”. Y Emilio Filippi le explicó lo que pretendíamos, que no queríamos victimizar ni culpar a nadie.
A. Cavallo: Yo creo que si nos hubiéramos metido más con los políticos civiles los problemas hubieran sido mayores.
En varios pasajes relatan reuniones de Pinochet con su entorno más estrecho. Incluso, describen sus estados de ánimo y rabietas ¿Cómo lograron ese grado de descripción?
O. Sepúlveda: La gente en esa época sentía que estaba viviendo la historia. Había fuentes muy locuaces, como Mónica Madariaga, cuya colaboración podemos revelar ahora que murió. Cuando estas versiones coincidían con, por ejemplo, la de un general que te decía “efectivamente así fue”, podías reconstruir episodios y climas internos. Los diálogos reconstruidos reflejan ese tono y esa tensión. Obviamente, eran diálogos y escenas que no tenían una fidelidad total, porque no había grabaciones de las reuniones de Pinochet con sus ministros y generales.
A. Cavallo: Siempre he pensado que si Pinochet hubiera sabido con quienes hablábamos habría hecho una razzia, desde el vicecomandante en jefe del Ejército hacia abajo. A mí Sergio Fernández me prohibió la entrada a La Moneda cuando volvió en 1987 [como ministro del Interior de Pinochet, para enfrentar el Plebiscito]. Igual era una prohibición que tampoco causó tanto efecto, porque no tenía cómo saber que seguía teniendo fuentes en La Moneda.
O. Sepúlveda: Tuvimos reuniones con ministros en La Moneda. Ellos tenían respeto por nuestro trabajo, más allá de que no compartieran la visión de nuestro diario. Nos tenían cautela y reserva, pero al mismo tiempo confianza. Probablemente preferían asumir el riesgo de hablar con nosotros para que su versión fuera recogida. Ellos también tenían que cubrir sus espaldas, porque era un periodo en que todo el mundo se movía muy sigilosamente. Era importante para un ministro de Pinochet dejar su versión para la historia. Era frecuente la gente que decía: “Mire, yo estuve aquí, pero en esto otro donde me han mencionado no estuve por tal y tal razón”. Aclarar los límites de la participación personal era bien típico.
¿Cuáles creen que eran las motivaciones que tenían autoridades del régimen para convertirse en fuentes del libro?
O. Sepúlveda: Querían ser escuchados. Nos decían algo así como: “Nos parece seria la forma en que están trabajando, sé que en algún momento van a tocar algún periodo en el que yo participé y quiero que escuchen mi versión, que no pretende ser la verdad, pero sí un aporte”.
M. Salazar: Hubo autoridades del régimen y gente muy cercana a Pinochet, que estuvo muy dispuesta a conversar, aunque sólo sobre algunas cosas. Porque hubo gente que puso esta condición: “Hablamos, pero sólo de esto, nada más que de esto”. Con el tiempo uno se da cuenta que en esa actitud había un cálculo: “Este gobierno se acaba y por lo tanto me tengo que acomodar a los cambios”.
¿Qué motivos tuvo Mónica Madariaga para hablar?
A. Cavallo: Mónica Madariaga venía bastante de vuelta. Peleó mucho con los militares cuando era ministra. A los almirantes les molestaba que fuera mujer. Incluso, cuando ella asumió en Justicia, el almirante Merino obligó al subsecretario, que era marino, a que renunciara, porque “a un marino no lo podía mandar una mujer”. Los generales de Ejército se cruzaron con ella cuando asumió en Educación y empezó una campaña interna y luego pública contra los rectores militares en las universidades. Una vez ella declaró: “Yo pedí que me dejaran dirigir un regimiento y todavía no me dan autorización”. Pinochet debió darse cuenta que ella se estaba convirtiendo en un problema.
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PINOCHET: “A ESTOS CABROS LES FALTA LA MITAD”


¿Se percataron en el reporteo si Pinochet rastreaba las filtraciones a la prensa?
O. Sepúlveda: Yo creo que tenía sus métodos, aunque no inició ninguna persecución específica con nosotros, porque el libro también le interesó a él. Así me lo dijo un general: “Mi general empezó a leer los fascículos, dijo que estaba bien pero que a estos cabros les falta la mitad”.
¿Pidieron una entrevista con Pinochet?
O. Sepúlveda: A través de esa misma gente con la que hablábamos le pedimos entrevista, pero no resultó.
¿Qué ocurrió cuando aparece el primer capítulo?
A. Cavallo: Pensábamos que se cerrarían todas las fuentes. Sin embargo, ocurrió lo contrario. Cuando entre el segundo y tercer capítulo se percibió que era una obra cronológica, empezó un fenómeno. Había gente que nos llamaba para decirnos: “Cuando lleguen al ‘78 hablen conmigo”. Eso es algo totalmente normal, de reivindicación histórica. Un protagonista nunca quiere que la historia se escriba demasiado en contra suya. Y empezaron a entregarnos documentos, material que en general buscaba reivindicar la propia función de la fuente. Pero como mucho de ese material tenía información objetiva, nos servía.
O. Sepúlveda: Probablemente aportó el tono y la seriedad del trabajo. Además, en ese momento la gente sentía menos miedo de contar las cosas. Quizás cuatro años antes un proyecto así no hubiese tenido el mismo resultado.
M. Salazar: Hubo gente del régimen militar que inicialmente se mostraba reacia a colaborar, pero después del primer capítulo eso cambió. Era gente que de alguna manera quería abrirse un espacio, que suponía que La Época iba a tener un papel relevante en la transición. Muchos ya sospechaban a mitad del ‘88 que el plebiscito lo perderían y ya se estaban imaginando los escenarios políticos posteriores. Entonces, hubo gente del régimen y de la derecha que llamó para contar episodios pequeñitos, pero que eran útiles para calzar piezas mayores.

CONTRA EL TIEMPO Y A TRES MANOS


¿Cómo se editaban entre ustedes?
A. Cavallo: Nos repartíamos alternadamente la redacción de los capítulos semanales, para que a nadie le tocara publicar dos capítulos seguidos. Por esa razón técnica los temas están un poco alternados. La idea era que los otros dos revisaran, pero a la altura de los capítulos 12 ó 13 nos fue quedando menos tiempo para eso. A la altura de mayo o junio de 1988 estábamos en una crisis absoluta, despachando semana a semana cada capítulo. 
O. Sepúlveda: Teníamos libertad para opinar todo sobre el capítulo del otro, rayando o aportando antecedentes si creíamos que faltaban. Nos entendíamos bastante bien. 
M. Salazar: Uno escribía un capítulo y se lo pasaba a otro. Ese otro editaba, agregaba datos y se lo pasaba al tercero. Eso le dio a La Historia Oculta un estilo de narración particular, unificado, y también permitió profundizar ciertas aristas y eliminar otras.
Llama la atención el estilo visual del libro, que privilegia las escenas y la reconstrucción de diálogos por sobre el análisis.
O. Sepúlveda: Cuando cada uno se hizo cargo de escribir sus capítulos y luego cruzamos los borradores eso nos gustó y decidimos aplicarlo sistemáticamente. Nos parecía más entretenido que recurrir al tono del cientista político.
A. Cavallo: Grabábamos a nuestros entrevistados para no tener que tomar apuntes. Así se privilegiaba la reconstrucción de diálogos y escenas. Era la única forma posible de llegar a eso. En Chile tenemos una oralidad muy visual, muy rica para reconstruir diálogos y situaciones.
¿Cómo compatibilizaban la escritura con su labor en el diario?
O. Sepúlveda: Hacíamos la pauta del diario en la mañana y luego pensábamos en las entrevistas para la serie. Si surgían entrevistas largas yo, como editor político, me apoyaba mucho en mi sub-editor, Rafael Fuentealba. En esos días llegaba de vuelta a las siete de la tarde, para revisar la edición y decidir con Rafael los cambios para la edición nocturna. Entre las 10 y las 12 de la noche retomaba el libro, dependiendo de lo atrasado que estuviera. Como a la una de la mañana nos íbamos con Ascanio y Manuel a conversar sobre los capítulos siguientes, tomando alguna cerveza. Estuvimos un año completo en eso. 
A. Cavallo: Escribíamos los capítulos en los computadores del diario, que tenían un sistema infernal. Primero, el servidor generaba un calor espantoso y había que mantenerlo en una pieza con hielo para que no se cayera. Segundo, no podías llevarte información para trabajar en la casa. Un viernes Oscar Sepúlveda estaba escribiendo un capítulo sobre la visita del Papa, que tenía que cerrar como plazo máximo el lunes a las seis de la tarde, para publicarlo el martes. Y ese viernes se cayó el sistema y se perdió todo. El lunes hubo que reescribir el capítulo. No alcanzamos a sintetizar. Esa es la explicación de por qué hay tres capítulos del Papa y no uno en la primera edición del libro. De hecho, la visita del Papa fue la única corrección a fondo que nos permitimos en ediciones posteriores: redujimos los tres capítulos originales a dos.
¿Cómo discriminaban qué información iba para el libro y cuál para el diario?
A. Cavallo: Cuando la serie comenzó a salir, en diciembre de 1987, los contenidos estaban muy distanciados de la coyuntura. Pero el capítulo sobre el plebiscito, que es el último, se publicó en diciembre de 1988, sólo dos meses después del triunfo del No. Entonces, en ese reporteo fuimos topándonos con información que servía para el diario. Por ejemplo, tuvimos la duda de hacer un reportaje para el diario sobre el papel clave del miembro del Tribunal Constitucional Eugenio Valenzuela Somarriva, un jurista de derecha, en las leyes políticas que permitieron que el plebiscito fuera una competencia limpia. Pero ese tema era demasiado académico para el diario. Al final, el rol de Valenzuela fue en el libro [en el capítulo penúltimo, La invisible trama del voto].
M. Salazar: Había gente del régimen militar que discrepaba de la campaña por el Sí y que nos habló mucho. El problema era si usar eso en el diario o en la serie. Además, debíamos tener cuidado de no ser utilizados. Creo que probablemente hay un cierto bajón en el aspecto dramático de La Historia Oculta a mediados del ’88, porque cada vez nos ocupaba más tiempo el diario y no era tan entretenido contar la trama legalista, de los decretos sobre el plebiscito. Había que hablar con expertos. A Ascanio Cavallo le gustaba más eso que a mí, pues yo pensaba que perdíamos masividad.

BUCEANDO EN LAS PUGNAS INTERNAS


¿Cuáles creen que fueron los grandes méritos del libro?
O. Sepúlveda: Transmitir el clima interno al interior del régimen militar, algo sorprendente para su tiempo. Fue valioso describir todas las disputas de Pinochet con sus propios colaboradores, con la propia junta de gobierno. Eso fue un aporte, porque en el mundo de la oposición había menos secretos. El cómo se formaba una organización sindical o cómo se organizaba una protesta, era menos impresionante que saber cómo había peleado Pinochet con el general Leigh.
M. Salazar: Hay algo súper importante para el momento en que salió la serie, pero que lamentablemente no fue recogido en las ediciones del libro: las fotos. Ahí hubo un aporte gráfico que resultó estremecedor. En el primer capítulo venían fotos del Estadio Nacional, con prisioneros desnudos. Había gente que no lo podía creer. Esas fotos están tomadas de un libro que se publicó en la RDA de un famoso documental. Y había también muchas fotos que eran desconocidas porque no se habían podido publicar en los medios. Oscar [Sepúlveda] consiguió la patente del vehículo que iba a usar Pinochet en Filipinas. Esa foto fue la que abrió el capítulo sobre el tema.
¿Cuáles son sus capítulos favoritos?
A. Cavallo: Me gusta mucho el capítulo de Filipinas [Filipinazo, capítulo 27], una historia que estaba completamente virgen y que quedó muy bien detallada y escrita. Otro es el que narra la destitución del general Leigh, que los propios militares me comentaron que tenía detalles impresionantes [La caída de Leigh, capítulo 22]. También me gustó el capítulo de la llegada del Papa [El Papa pisa Pudahuel, capítulo 49]. El capítulo sobre el plebiscito creo que está bien [5 de octubre, capítulo 53], porque fue la primera interpretación global del plebiscito, aunque a ratos se pierde en detalles obsesivos. De este último me acuerdo de la escena en que el ministro Fernández dice que el 43% logrado por Pinochet es un triunfo, y el general Fernando Matthei le pregunta “dónde está la champaña”. Esa escena apareció casi al mismo tiempo en La Época y en Qué Pasa, pero nadie había explicado en qué contexto fue, qué estaba pasando con Pinochet. 
M. Salazar: Me gusta el primer capítulo [Los días del “poder total”]. Muestra lo que va a ser el libro, rompe con todo lo que se ha hecho hasta ese momento en prensa escrita y abre una ventana. En general, rescato los recursos literarios que usamos, que creo que tiene que ver con la experiencia de reporteo que echo mucho de menos en los periodistas de hoy. Cada uno de nosotros tuvo que hacer el servicio militar cinco años antes de que recién te pusieran una jineta. Hoy los periodistas jóvenes quieren hacer frentes de inmediato, y que les paguen bien o se van.
O. Sepúlveda: Me gustan los capítulos sobre el funcionamiento de la DINA [capítulos 5 y 14: Las cuatro letras del miedo y Dina: los años de gloria]. Después, los que narran la destitución del general Leigh y el Filipinazo.
¿Qué debilidades tiene el libro?
M. Salazar: Probablemente faltó profundizar en temas que tienen que ver con mis obsesiones personales. Temas como los derechos humanos, las negociaciones al interior de la izquierda, las relaciones del PC con la Unión Soviética y con Fidel, aunque quizás todo eso sea materia de otros libros.
A. Cavallo: Creo que el libro tiene un cierto desequilibrio estructural, lo que quizás tenga que ver con el método de trabajo, pero echo de menos un reporteo más profundo a los años 1974 y 1975, que cubrimos muy rápido. En cambio, 1978, 1981 y 1982 están muy detallados. También creo que por razones de urgencia renunciamos muy rápido a episodios que deberíamos haber profundizado, como la investigación sobre la muerte del niño Rodrigo Anfruns, que quedó como subcapítulo. Pudimos haber entrado más en eso; teníamos cómo hacerlo.
O. Sepúlveda: Una debilidad es cierto desorden cronológico, por los flashbacks. Lo que pasa es que esto no fue pensado en un principio como libro. No trabajamos un año entero como una unidad para después publicarlo. Y eso es un problema.

“¿QUÉ CRESTAS ME ESTÁ PREGUNTANDO?”
(Cavallo y el reporteo en democracia)

Ascanio, diez años después usted intentó una fórmula muy similar: otra serie por entregas, “La historia oculta de la transición”, que también acabó como libro.
A. Cavallo: Lo que pasó ahí fue la misma situación. En 1995 renuncié a La Época y me fui a revista Hoy. Pero para 1997 los dueños de Hoy estaban peleados entre sí y nadie aportaba capital. Como no teníamos ingresos, la única forma era aumentar la circulación con un gancho artificial. Nos decidimos por la fórmula de una nueva serie periodística por capítulos. El problema es que más adelante la negociación con el potencial comprador, en este caso Radio Cooperativa, se desplomó…
¿Qué diferencias tiene “La historia oculta de la transición” con “La historia oculta del régimen militar”?
A. Cavallo: Estábamos en una democracia bien secretista. Tal vez era más fácil que antes hablar del gobierno, pero estaba todo el tema de la convivencia con el mundo militar. De hecho, los capítulos que para mí son centrales tienen que ver con Punta Peuco, el Boinazo. La tesis de este libro es que la transición terminaba con la salida de Pinochet de la Comandancia en Jefe, porque él sustentó su poder no en la Presidencia de la República, sino en el Ejército. Algo que sostengo todavía. Por lo tanto, era un periodo que tenía un límite bien nítido: 1990-1998. Además, tenía mucho más clara la estructura de capítulos, qué temas había que tocar.
¿Qué diferencias hay entre esos dos libros y el que escribió entre uno y otro, “Los hombres de la transición”?
A. Cavallo: Los Hombres de la Transición es bastante más literario. En él traté de retratar a un grupo de personajes que se juntaba en el Congreso en marzo de 1990, cuando Pinochet le entregó la banda presidencial a Patricio Aylwin. Entonces, tenía que preocuparme de la trayectoria que cada uno había recorrido para llegar a esa circunstancia. El libro tenía que partir con Pinochet, la mañana en que tomaba el helicóptero a Valparaíso para entregar el mando. Y tenía que terminar con Pinochet entregando el mando. Ese era el plan original. El ministro Carlos Cáceres se fue en el mismo helicóptero y quedó sentado al lado de la primera dama, Lucía Hiriart, que le hablaba y le hablaba. Pinochet iba solo, pegado a una ventana, como meditando. Entonces me dije: “Esto me sirve para hacer el flashback”. Pero tenía que describir la ruta del helicóptero. Justo conseguí que Pinochet me recibiera para conversar. Y le pregunté:
-General, ese día el helicóptero ¿Por dónde salió?
-¿Cómo que por dónde salió?
-¿Por dónde se fue a Valparaíso?
-Por arriba…
-Sí, pero qué ruta tomó…
-Hacia arriba, pues ¿Qué crestas me está preguntando?
-La ruta que tomó el helicóptero…
Pinochet apretó un timbre y pensé que se había enojado y que me iba a echar. Llegó un ordenanza y Pinochet le dijo: “Mire, este es el señor Cavallo, mañana ponga un helicóptero y llévelo a Valparaíso porque no sé qué huevada me está preguntando”. Efectivamente, el aparato salía por una ruta rara, por el noroeste, en dirección a Quintero, donde están los cerros más bajos. Y luego se devuelve sobre el mar a Valparaíso. Y eso sólo fue una línea en el libro. Además, Pinochet iba apoyado en el vidrio porque tenía sueño.
La Historia Oculta de la Transición deja la idea de que parte del material se recolectó durante su paso por la dirección de Hoy ¿Es eso correcto?
A. Cavallo: No, la conclusión es más triste: Todos esos años escribí de política y me creía un tipo informado, pero cuando me puse a reportear de nuevo para ese libro me di cuenta que sólo me había enterado de un 30%. Por ejemplo, durante el reporteo de La Historia Oculta de la Transición una fuente me sopló que la manifestación de personal del Ejército vestido de civil en las afueras de la Cárcel de Punta de Peuco, en julio de 1995, no había tenido nada que ver con el encarcelamiento del general Manuel Contreras (R), quien estaba en ese penal. “Acuérdate que están los Pinocheques todavía dando vueltas”, me dijo la fuente. Yo no lo podía creer. ¡Era la tercera muestra de malestar del Ejército por los Pinocheques y ningún periodista se había dado cuenta! Empecé a reportear y encontré al general adecuado que me dijo que lo había llamado Lucía Hiriart para ordenarle que organizara una manifestación en Punta de Peuco, “porque Augustito está con problemas de nuevo con estos tipos”. Y me dio el detalle completo de cómo había sido toda esta trama [en el capítulo 28, El picnic de la segunda división]. O sea, en su momento no me enteré de algo tan escandaloso.
                                                   
Investigación de imágenes de archivo:
Oscar Castro y Cristián Roa
Edición de imágenes de archivo:
Cristián Roa
Fotografías e imágenes
"La historia oculta del régimen militar", segunda edición, 1989.
Diario La Epoca, Hemeroteca Biblioteca Nacional de Chile.
Descripción de las imágenes en orden correlativo:
Descripción: “La calle Teatinos el 12 de septiembre: vigilancia y limpieza de calles”. En “La historia oculta del régimen militar”, segunda edición (1989). (p. 13).
Descripción: “La Moneda el 12 de septiembre”. En “La historia oculta del régimen militar”, segunda edición (1989). (p. 15).
Descripción: “Obispo Fernando Ariztía”. En “La historia oculta del régimen militar”, segunda edición (1989). (p. 101).
Descripción: “Pinochet dicta normas y plazos a la comisión de reforma constitucional. A su lado Mónica Madariaga y Enrique Ortúzar”. En “La historia oculta del régimen militar”, segunda edición (1989). (p. 241).
Descripción: “Mónica Madariaga”. En “La historia oculta del régimen militar”, segunda edición (1989). (p. 319).
Portada capítulo 5, “Las cuatro letras del miedo”. En “La historia oculta del régimen militar”, segunda edición (1989). (p. 41).
Portada capítulo 14, “DINA: los años de gloria”. En “La historia oculta del régimen militar”, segunda edición (1989). (p. 133).
Descripción: “Sergio de la Cuadra asume; contemplan Mendoza, De Castro, Danús y Carrasco”. En “La historia oculta del régimen militar”, segunda edición (1989). (p. 385). 
Portada capítulo 3, “Fractura en el piso 22”. En “La historia oculta del régimen militar”, segunda edición (1989). (p. 25).
Portada capítulo 49, “El Papa pisa Pudahuel”. En diario La Época (01/11/1988).
Extracto del capítulo 3, “Fractura en el piso 22”. En “La historia oculta del régimen militar”, segunda edición (1989). (p. 32).
Imagen patente descrita en capítulo “Filipinazo”. En diario La Época (31/05/1988).
Portada capítulo 22, “La caída de Leigh”. En diario La Época (26/04/1988).
Portada capítulo 27, “Filipinazo”. En diario La Época (31/05/1988).
Portada capítulo 49, “El Papa pisa Pudahuel”. En diario La Época (01/11/1988).
Portada capítulo 53, “5 de octubre”. En diario La Época (29/11/1988).
Portada capítulo 1, “Los días del ‘poder total’”. En diario La Época (01/12/1987).
Portada capítulo 5, “Las cuatro letras del miedo”. En diario La Época (29/12/1987).
Portada capítulo 14, “DINA: los años de gloria”. En diario La Época (01/03/1988).
Afiche promocional publicado en diario La Época (26/11/1987).






CREAR PARA SOBREVIVIR – Testimonio de Rosita Ayress Moreno




martes, 1 de mayo de 2018

Alberto Rodríguez, el Beto, la voz de la Familoia Gallardo.

jueves, 17 de abril de 2014


Alberto Rodríguez Gallardo: “La verdad, yo no conozco la palabra justicia, menos voy a conocer la palabra perdón” Detalles





Alberto Rodríguez Gallardo: “La verdad, yo no conozco la palabra justicia, menos voy a conocer la palabra perdón”





DSC 0461El 19 de noviembre de 1975, los dos canales más importantes del país, Televisión Nacional y Universidad Católica de Chile,
transmitieron en vivo los detalles de un enfrentamiento entre supuestos “subversivos” y un contingente de la Dirección de Inteligencia Nacional (DINA). Más tarde, el comunicado de la Dirección Nacional de Comunicación Social (DINACOS) señalaba: “Hoy 19 de noviembre a las 12:00 horas, en los cerros de Rinconada de Maipú, se registró un violento enfrentamiento a tiros de más de 30 minutos de duración, entre las fuerzas de DINA e Investigaciones, y un grupo de extremistas que se parapetó fuertemente armado en esos cerros. Resultaron muertos seis extremistas, huyendo uno de ellos”.

Pero la verdad de lo sucedido en ese descampado del fundo Rinconada de Maipú, era otro y marcaría a fuego a toda una familia. Luego de cumplido el ritual macabro del montaje periodístico, seis cuerpos yacían en silencio. Catalina Gallardo Moreno, 30 años, militante del MIR, Alberto Gallardo Pacheco, 63 años, militante del Partido Comunista, Mónica del Carmen Pacheco Sánchez, profesora, militante del MIR, Luis Ganga Torres, comerciante, militante del MIR, Manuel Reyes Garrido, obrero y Pedro Cortes Jeldres, militante comunista.

Alberto Rodríguez, o simplemente Beto, tenía 6 meses cuando fue secuestrado junto a toda su familia. Con el tiempo reconstruyó su historia y la de su familia. A 40 años del Golpe, esta es su historia.

Por Pablo Villagra Peñailillo


¿Toda tu familia fue afectada por la brutalidad de la dictadura, qué puedes contarnos de ella?.



Mi familia recibe dos golpes represivos con asesinatos fuertes. El primero afectó a mi madre Catalina Gallardo, mi tío Roberto Gallardo, mi tía Mónica Pacheco y mi abuelo Alberto Gallardo. Ellos son asesinados con alevosía y con un montaje periodístico televisivo, más conocido como el caso de “Rinconada de Maipú”. Posteriormente, once meses después, asesinan también a mi padre, Rolando Rodríguez.



¿Cuántos años tenías en esa época? 



Cundo asesinan a mi mamá yo tenía seis meses, y cuando asesinan a mi papá un año y medio. Es importante señalar que en este evento represivo de noviembre de 1975, donde asesinan al grueso de la familia, toda la familia Gallardo Moreno es detenida; mis tíos, mi prima de nueve años, mi abuela, todos. Luego son separados del grupo mi mamá, mi tía Mónica y mi abuelo Alberto y son llevados a Villa Grimaldi donde son torturados salvajemente. Muchos sobrevivientes recuerdan la noche del 18 de noviembre del año 1975. Posteriormente fueron trasladados a los cerros de Rinconada de Maipú, pero ya sus cuerpos habían sido asesinados. Allí levantan un montaje televisivo donde los rostros visibles son los periodistas Julio López Blanco, Roberto Araya y Claudio Sánchez.



¿Estás consciente que luego de tu detención, tu suerte podría haber sido otra, quizás, como en Argentina, tus captores podrían haberte dado en adopción a una familia militar?



Me cuesta hacer ese cruce…no lo veo en el hoy, me cuesta hacer ficción. Lo que sí sé es que la convicción de mis viejos era total, completa y absoluta. Entonces, cuando son detenidos, y yo soy detenido con mi mamá y somos llevados al Cuartel Borgoño de investigaciones, es ahí donde mi mamá me entrega a los brazos de mi abuela y le hace el encargo que me cuide. Ella tenía plena certeza que por sus convicciones ella no iba a sobrevivir a ese encarcelamiento.


¿Cómo ha sido tu vida después de tantas ausencias?


Yo puedo hacer grandes grupos de tiempo con respecto a lo que ha sido mi vida. Uno de ellos tiene que ver con mi infancia, que es una infancia bien solitaria. En la semana para mi era muy normal estar solo en la casa, porque mi abuela tenía una participación bien activa en la Agrupación de Familiares de Ejecutados Políticos y en el accionar directo en busca de justicia, y en busca de otra cosa que es muy bella que es restituir el nombre, el buen nombre de la familia, y eso es una cosa que me ha dejado marcado permanentemente, y a ella (abuela), le ha dolido tanto o más el montaje periodístico que el asesinato.


Posteriormente, ya cuando voy creciendo, a los 15 años, me comienzan a invitar a participar socialmente en la comuna donde vivo, que es Renca. Ahí participé de lleno en lo que fueron los grupos de prevención de drogas en la organización La Caleta. Ahí comienza un recorrido organizativo importante; el apoyo a los presos políticos nacionales y a los prisioneros políticos chilenos en el Perú. Luego me voy a estudiar historia a la Universidad La Frontera e integro por largos años la compañía de teatro La Gotera. Una vez de vuelta en Santiago me encuentro con otros Hijos e Hijas y ahí se marca un paso importante en mi vida, que luego se afianza en querer saber efectivamente qué pasa con mi historia; saber quiénes eran mis padres, dónde estaban, cuál era su militancia. Porque hasta ese momento no conocía a los compañeros de mis viejos.

Ellos participaban en la Juventud Obrera Cristiana JOC, pero además eran militantes del MIR. Y dentro de lo que es, llamemos la militancia cristiana, conocí un montón de gente, como los curas obreros, que también conocieron a mis padres y siempre estuvieron bien cercanos, pero de sus compañeros del MIR no, no aparecían. Y fue en esos años de búsqueda en los cuales he ido reconstruyendo, porque estoy en un proceso permanente de reconstrucción de la memoria de mi familia. Y en ese sentido, marca un quiebre muy grande en mi vida el cumplir la misma edad que ellos tenían cuando los asesinaron. El cumplir los 30 años fue un momento muy importante para entender sus luchas de una manera más potente. Yo desde muy pequeño tengo conciencia de cómo fueron asesinados y, en la medida que fui creciendo, fui explicándome de mejor manera los detalles. Pero a partir de los 30 años, más que una búsqueda para saber cómo fueron asesinados o quiénes fueron sus asesinos, aunque la verdad es que lo he sabido desde siempre, es la búsqueda por saber cómo eran sus vidas, y eso marca también una distinción muy grande, porque también nos encontramos en algún momento en el camino, en el sentido que desde un tiempo a esta parte he desarrollado gran parte de mi historia personal relacionado con lo que es la memoria. No sólo la memoria del suceso trágico, sino la memoria que tiene que ver con su vida, con cuáles eran sus proyectos de transformación, cuál es el real significado de la dignidad de los pobres, de los populares de nuestro país y de América Latina completa. Y esa búsqueda ha sido muy interesante. El ir descubriendo y sintiendo que soy parte de una historia tremenda, de una convicción de lucha y transformación de esta sociedad a mí me llena de orgullo. En el caso de mi papá, él estuvo clandestino desde que asesinaron a mi familia, 11 meses en total, y él, conociendo de las torturas, del horror, la muerte y la masacre, decide mantenerse en la lucha. A él, muchas personas le piden que se vaya del país, entre ellos su familia, compañeros y gente ligada al mundo cristiano. Me acuerdo siempre de la conversación con un tío, hermano de él, quien me contó que le dijo “oye, hue’ón ándate, que estás haciendo, piensa en el Beto”; la respuesta de mi papá fue que sí, que él pensaba en mí, pero también en todos los Betos de Chile, y por tanto, él se quedaba en la lucha de la resistencia. Para mí ese gesto tan grande, tan noble, lleno de coraje y amor, a mí me deja tranquilo.


¿Y en todos estos años ha existido justicia para tu familia? ¿en qué está el caso judicial?


El caso estuvo por largos años en manos del Ministro Solís, que hizo un gran avance investigativo, pero para desdicha del Poder Judicial, el Ministro cesó sus funciones en diciembre del 2012, por tanto, ahí cambia de lugar la causa y queda estancada. Nosotros tenemos plena certeza desde hace muchos años de quiénes son los responsables; en general, la cúpula de la DINA y los encargados de Villa Grimaldi, por tanto, no hay un avance mayor en ese sentido, salvo en los años 2005 al 2008, en que hacemos la solicitud al Colegio de Periodistas de Chile para que haga una investigación ética respecto al rol de los periodistas durante el régimen y, específicamente, en el caso de nuestra familia. A raíz de ello, son sancionados varios periodistas de la orden: Claudio Sánchez, Roberto Araya y Julio López Blanco. Nosotros, con esa sanción, una vez que sale lo que hacemos es ampliar la querella, no sólo hacia los responsables materiales y directos de los asesinatos, sino también a los encubridores. Y en este caso, el único civil imputado en causas de Derechos Humanos es un periodista y se llama Roberto Araya. Lo malo de esta historia es que el muy cobarde y canalla se murió el 19 de julio de este año, entonces, se murió sin recibir una sanción. O sea, desde el espacio de justicia, esta es una de las causas, de las tantas causas que no tiene justicia. Tanto en el caso de Rinconada de Maipú, como también en el caso que se ha abierto el año 2008 por el asesinato de mi papá y de Mauricio Carrasco, los que fueron acribillados en la calle, no existe justicia.

A propósito de esta ola de perdones que inundan estos 40 años ¿es posible reconciliarse o perdonar a los cómplices y asesinos de tu familia y de tantos compañer@s?>

La verdad, yo no conozco la palabra justicia, menos voy a conocer la palabra perdón. Yo no las conozco, no sé qué significan. En ese sentido, he escuchado voces muy serias que hablan de perdón,  pero eso no se plasma en acciones concretas. Más encima hoy, y no sólo hoy, sino que desde hace muchos años es que se nos exige a nosotros los familiares que tengamos una actitud de perdón, cuando la sociedad en su conjunto y sobre todo las instituciones relevantes de esta sociedad, no han tenido ninguna acción concreta de perdón. Hoy escuché que la Corte Suprema en un hecho histórico realizó un “mea culpa”, pero eso debía haberse plasmado en acciones concretas. Los montajes de los cuales fueron victima tanto mi familia, como otros, como el caso de los 119, que son los dos casos por los cuales el Colegio de Periodistas ha pedido disculpas públicas a la sociedad, resulta que jamás el fallo, con la trascendencia que debió tener, ha aparecido en algún medio. Aprovecho esta tribuna para hacer un llamado para que Televisión Nacional de Chile y Canal 13, muestren cuál fue el montaje que se realizó y cuál fue la noticia real.

Hago el mismo llamado para el resto de los medios, porqué durante los años ‘80s tenemos un sinfín de montajes comunicacionales. Pero también hay que recordar lo que sucede hoy, como el montaje del caso Bombas, el caso de Elena Varela, los montajes en los casos mapuche, que son verdaderos legados que dejó la dictadura cívico militar. Porque la constitución sigue siendo la constitución de Pinochet, con todo un legado de injusticias, como el caso de las farmacias, de las AFPs, el robo en la educación, el robo en la salud. Un país que aplica medidas de desarrollo neoliberales que son absolutamente injustas, son el legado por no haber hecho justicia con los responsables de las violaciones de derechos humanos.
Entonces, mientras no haya acciones reales y concretas que tiendan a que en nuestra sociedad la justicia no sólo sea para unos pocos, sino que sea a favor de todos, yo me sumo al legado de HIJOS Internacional y su leyenda que dice “¡No olvidamos, no perdonamos, no nos reconciliamos!”

jueves, 8 de septiembre de 2016

DESCLASIFICACION POPULAR DE INFORME VALECH 1

Publicado el 20 ago. 2015

UNA LEY QUE NO HABÍA SIDO OBSERVADA, UNA ACCIÓN SIN ANTECEDENTES

Desclasificación popular de torturadores civiles y militares de la Comisión Valech 1

El Estado de Chile, durante el gobierno Ricardo Lagos Escobar, creó la comisión Valech (conocida como Comisión Valech 1) donde se puso el secreto de 50 años a los archivos que contienen los testimonios de las víctimas de prisión política y tortura. Este secreto fue preconcebido por el pacto entre la dictadura y las eventuales fuerzas pseudo-democráticas de Chile a partir del año 2003, con el fin de asegurar la impunidad de los aparatos represivos de las FF.AA y a los civiles que sistemáticamente violaron los DDHH del pueblo de Chile durante la dictatorial cívico-militar (1973-1990).

Hoy un grupo de ex presas y presos políticos del MIR, bajo un resquicio legal encontrado en la ley n° 19.992, han tomado la determinación de hacer valer su derecho como personas individuales a la desclasificación de sus testimonios, y así romper el silencio cómplice de los gobiernos continuistas.
Hacemos un llamado a tod@s l@s ex pres@s a pedirle al Estado de Chile sus archivos, documentos y testimonios dados en la Comisión Valech 1.
Cada ex pres@ polític@ puede hacer valer su derecho individual sobre los testimonios dados al Estado como víctimas, y desclasificar a los torturadores civiles y militares.

Convocamos a todos los medios de comunicación alternativos a romper el duopolio y los pactos de silencio apoyando la causa de los ex pres@s polític@s.

Anunciamos, además, que hablaremos del proceso de solicitud de nuestros archivos para romper el silencio de los 50 años con Francisco Ugás, Secretario Ejecutivo del Programa de Derechos Humanos del Ministerio del Interior y Seguridad Pública. Esta reunión será el miércoles 26 de agosto, a las 15.00 hrs. en el Departamento del Derechos Humanos del Ministerio del Interior y Seguridad Pública.

COORDINADO DE EXPRES@S POLITIC@S MIR
21 de agosto del 2015, Santiago de Chile
Contacto: desclasificacionpopularvalech@gmail.com