lunes, 23 de julio de 2012

CUANDO EL DAÑO Y EL TRAUMA SOCIAL PERDURA.

CUANDO EL DAÑO Y EL TRAUMA SOCIAL PERDURA

de Marys Yic, 27 de Septiembre de 2010 

Mucho se ha escrito y hablado sobre la dictadura y el terrorismo de Estado, sobre las víctimas que sufrieron el horror de la cárcel y la tortura, sobre las muertes y las desapariciones, sobre los niños apropiados o recuperados, sobre la clandestinidad y el exilio. Pero poco se nombra a la llamada “segunda generación”, sobre los que siendo niños, niñas o adolescentes fuimos condenados al inxilio y nos consideramos “víctimas directas o sobrevivientes”

Cada una de las historias de aquellos menores de edad tiene su particularidad. Ninguno de nosotros escapamos a esos años oscuros sufriendo directamente la represión política, donde vimos la necesidad de crear estrategias para lograr resistir en medio de tanto horror y tantas pérdidas. Donde tuvimos que hacernos de mecanismos de defensa para sobrevivir en condiciones de dolor y abandono. Complejidad creciente cuando se trata de aquellos niños, hoy hombres y mujeres adultos, que fuimos dañados y crecimos con marcas que todavía no logramos dimensionar.

Nuestros padres, madres, u otros familiares fueron personas que soñaban con un mundo mejor, por eso pasaban su juventud trabajando o estudiando, y sin negar la realidad política y social empleaban su tiempo tendiendo su mano solidaria a los más necesitados, a los que carecían de trabajo, de vivienda o educación. Eran la voz de los que no podían o no sabían reclamar por sus derechos, soñaban con un mundo mejor, con la igualdad, la justicia y la dignidad. Lucharon contra la dictadura y lo hicieron hasta las últimas consecuencias, dando en muchos casos LA VIDA.

Se sabe que toda situación producida por el terrorismo de Estado fue de carácter traumático. No solo por los brutales métodos que el régimen de facto usó para la persecución y eliminación de sus opositores, sino porque se dirigió una amenaza abierta contra el conjunto de la sociedad, que se implementó a través de distintas técnicas, las cuales los niños no estábamos ajenos a recibirlas: sufrimos la violencia dentro de nuestro hogar, los allanamientos y los saqueos; nos invadió el miedo, la angustia, la inseguridad; fuimos testigos de los secuestros de nuestros padres, y unido a todo eso… el peso del silencio. No podíamos hablar, no podíamos contar, no podíamos pedir ayuda…

Maduramos a la fuerza, nos tuvimos que hacer cargo de las responsabilidades de los adultos y en muchos casos necesitamos salir a trabajar tempranamente para poder comer, perdiendo la oportunidad de estudiar en tiempo y forma. 

Supimos tragarnos la angustia y la bronca cuando nos humillaban en los cuarteles. Supimos tragarnos la tristeza cuando necesitábamos apoyo y contención. Nos volvimos rebeldes, pero sensibles, duros, pero a
la vez frágiles.

Muchas fueron las pérdidas: físicas cuando secuestraban, encarcelaban o asesinaban a nuestros familiares, pero también tuvimos pérdidas de nuestro hábitat, de nuestros objetos, de nuestras ilusiones, de nuestro tiempo para crecer saboreando la infancia o la adolescencia. Destruyeron nuestros proyectos, nos quitaron los sueños, nos cortaron las alas…

En aquella generación de hijos hubo situaciones de mucho dolor, un dolor incontenible que desbordaba, porque esos años fueron realmente muy traumáticos, era la primera vez en la historia del Uruguay que se cargaba con tanta violencia. El terrorismo de Estado nos condenó causando un daño trans-generacional y dejando un trauma social importante, secuelas sociales, emocionales y económicas permanentes y en muchos casos irreparables.

Hoy, en plena democracia, muchos seguimos experimentando el abandono, sentimos que las heridas de las situaciones históricas vividas siguen estando y nuestro dolor es invisible para el Estado y para una parte de la sociedad. Seguimos enfrentados al daño y en riesgo de ser atrapados por el silencio, el olvido y el desconocimiento. Estamos en una lucha permanente contra la desconfianza y la duda sobre la verdad, todo agravado por la impunidad que protege a los responsables de graves crímenes contra nuestro pueblo.

¿Son compatibles la justicia y la impunidad? ¿Se puede rehacer un proyecto de vida cuando los responsables de tanto dolor no son sometidos a la justicia? ¿Se puede decretar el perdón y el olvido mediante una ley? 
Nos sentimos doblemente víctimas. Por una parte la violencia que se descargó en la década del 70 y por otro, la cultura de la impunidad vigente.

Nuestro rol como hijos y víctimas refleja y representa un invalorable aporte a la democracia, pero llegar a asumirlo se logra a través de un doloroso recorrido personal que implica sobreponerse al daño sufrido, enfrentar condiciones muy adversas y dedicar enormes recursos materiales, económicos y emocionales.
Es un largo y extenuante camino el que recorremos para alcanzar la justicia y demanda un esfuerzo y una fortaleza inmensa.

El Estado uruguayo tiene la obligación de reconocernos, de vernos y de escucharnos. Tiene que asumir su deber de aplicar la verdadera Ley de Reparación Integral tal cual lo marcan los organismos internacionales, que de algún modo, logre compensar las violaciones a nuestros derechos humanos y las pérdidas padecidas. En el derecho internacional establece que todas las víctimas tienen derecho a obtener una reparación que abarque todos los daños y perjuicios sufridos.
Por ejemplo, en uno de sus párrafos dice: “… El daño al proyecto de vida debe ser reparado a través del otorgamiento de becas de estudio, con apoyo económico durante la duración de los estudios, en instituciones que cuenten con reconocimiento oficial. O bien, mediante la obtención de la víctima a un puesto de trabajo.
Se trata de reconstruir la propia existencia, lejos del terror y la impunidad, gracias a un acto jurídico y simbólico a la vez. Pero no es una real reparación si ésta no se compone también por la Verdad, la Justicia y las garantías de Nunca Más.

Los uruguayos tenemos la oportunidad histórica de proceder con verdad y con justicia para construir una sociedad sana y cerrar de esta forma, uno de los capítulos más negros de nuestra historia reciente.
La recuperación del pasado histórico es una pieza fundamental para el presente y el futuro. No podemos ser cómplices del olvido sino luchar contra él y comprometernos a desarticular el mecanismo de la impunidad para que los responsables de crímenes de lesa humanidad y sus cómplices sean enjuiciados con todo el peso de la ley y alojados en cárceles comunes, sin privilegios.

Si no podemos demostrar que la impunidad no tiene más cabido en la realidad nacional, Uruguay se estará haciendo un suicidio político y social.
No olvidamos, no perdonamos, no nos reconciliamos. Seguiremos luchando por memoria, verdad y justicia.
Marys Yic

1 comentario:

ana maria dijo...

Soy chilena pero me veo tan reflejada, mis padres fueron presos políticos, mi madre trabajo en la comisión de Derechos Humanos y a mi corta edad me quede muchas veces a cargo de mis hermanos menores, el miedo de la época, el susto tremendo de quedarnos sin padres me embargo muchas veces, el silencio cómplice y no contar nada a nadie de lo que pasaba en casa, los tíos y tías que se quedaban a veces un par de días y después partían nuevamente, el dolor de perder compañeros, la angustia las veces que detuvieron a mi padre y así una infinidad de cosas, hoy tengo 40 años, soy madre y esposa pero siento que en mi vida siempre falta algo, nunca termine una carrera y tengo un segundo matrimonio, fui incapaz de tener relaciones duraderas y cuando entro a un café siempre siempre me siento mirando a la puerta...