miércoles, 23 de abril de 2014

Denuncia y Testimonio. Federación Democrática Internacional de Mujeres. 1975


Denuncia y Testimonio

Tercera Sesión de la Comisión Internacional de Investigación de los Crímenes de la Junta Militar en Chiile Ciudad de México, 18-21 de febrero de 1975 

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Crímenes de la Junta Militar en Chile
Tema VI. SITUACIÓN DE LA MUJER

Fanny Edelman
(Secretaria General de la Federación Democrática Internacional de Mujeres)
Doctor Jacob Söderman,
Presidente de la Comisión Internacional Investigadora de los Crímenes de la Junta Militar en Chile,
señores miembros de la Comisión, señoras y señores:

Agradecemos al señor Presidente la oportunidad que se nos brinda de participar en la Tercera Sesión de la Comisión de Investigación de los Crímenes de la Junta Militar en Chile, en nombre de la Federación Democrática Internacional de Mujeres y de sus 117 organizaciones nacionales en 101 países.
La realización de esta tercera sesión en México nos permite expresar a su gobierno y a su pueblo nuestro más profundo reconocimiento por su firme solidaridad con las víctimas de la represión y el fascismo.
Venimos ante esta Comisión Investigadora, fieles al juramento que dio vida a nuestra organización en 1945, a su programa y objetivos, que une a millones de mujeres hermanadas por los mismos ideales de justicia, dignidad y solidaridad.
Venimos ante esta Comisión Investigadora, porque hemos estado siempre junto a las grandes causas que conmueven a la humanidad, la causa de los pueblos que luchan por su libertad.
La ola de indignación y protesta que despertó en el mundo entero el derrocamiento del gobierno legítimamente constituido de la Unidad Popular y los métodos de represión a que se libra la Junta militar, ha sido expresada por nuestras organizaciones nacionales con grandes acciones solidarias en todos los continentes.
La primera delegación internacional que viajó a Chile, del 9 al 15 de enero de 1974, fue organizada por nuestra Federación. Desde esa visita -durante la cual nuestra delegación pudo informarse del asesinato indiscriminado de niños, mujeres y hombres en los barrios populares, del ametrallamiento de trabajadores y estudiantes en fábricas y universidades, de la caza del hombre en las calles y lugares de trabajo, estudio o vivienda, de juicios sumarísimos, de la persecución de sacerdotes, de las condiciones inhumanas a que estaban sometidos miles y miles de detenidos-la ola de terror no ha cesado. Continúan las detenciones masivas e indiscriminadas, continúan y se perfeccionan las torturas, como el denominado "castigo familiar" que consiste en violar a las detenidas delante de sus padres, esposos o hijos.
Esto ocurre señor Presidente, en este año 1975, que ha sido proclamado por la Asamblea General de las Naciones Unidas, Año Internacional de la Mujer, justamente el año del 30 aniversario del fin de la segunda guerra mundial, de la victoria sobre el nazifascismo.
Los objetivos y metas del Año Internacional de la Mujer se basan en la Declaración Universal de los Derechos Humanos de la ONU, los pactos internacionales de derechos humanos, la Declaración sobre la eliminación de la discriminación contra la mujer, la Convención Internacional sobre la eliminación de todas las formas de discriminación racial, la Declaración sobre el progreso y el desarrollo social, la Estrategia internacional para el Segundo decenio de desarrollo de las Naciones Unidas, y en el programa de acción internacional concertado para el adelanto de la mujer.
Los programas elaborados para el Año Internacional de la Mujer, resumidos en tres puntos: igualdad, desarrollo y paz, tienen como propósito lograr la plena igualdad de la mujer, mejorar sus condiciones de vida y de trabajo, mejorar la calidad de la vida rural, eliminar el analfabetismo, extender la protección de la maternidad, promover acciones en favor de la paz, realizar el principio del derecho de los pueblos a la libre determinación, desarrollar condiciones económicas, sociales, culturales y políticas que contribuyan al adelanto de la condición jurídica y social de mujeres y hombres y de esta manera a la paz mundial.
La Junta militar ha anunciado su participación en el programa previsto por la ONU para el Año Internacional de la Mujer.
¿No constituye esto un nuevo desafío a la opinión pública democrática, a la propia resolución de la Asamblea General de la ONU, cuando el primer derecho humano, el derecho a la vida, a la libertad, ha sido asesinado por la Junta militar?
La respuesta de la Junta militar a los objetivos del Año Internacional de la Mujer son las 20.000 viudas y los 60.000 niños huérfanos desde el 11 de septiembre de 1973. Son los centenares de mujeres que dieron generosamente su contribución al progreso de su patria, perseguidas, encarceladas, violadas, vejadas o que deambulan aún por las calles de todo Chile en busca de sus seres queridos.
La Comisión Investigadora ha escuchado algunos testimonios. Nosotras hemos aportado otros (1). La respuesta de la Junta militar a la esposa del economista Pedro Ríos, asesinado en Temuco por orden del coronel del Ejército Pedro Iturriaga Marchessi, es el relato de su martirio, cuando dice... mis niños, de 7 y 8 años, con convulsiones, aterrorizados por los allanamientos quedaron encerrados mientras sus padres eran llevados a la cárcel... el hijo de 12 años, compartió la celda con su padre. Ella fue trasladada incomunicada al asilo del Buen Pastor donde estuvo cinco días a pan y agua y donde la drogaron... del asilo del Buen Pastor al interrogatorio en el regimiento Los Angeles y otra vez al Buen Pastor. Desde allí al estadio de Concepción y por último a la isla Quiriquina donde se encontró con decenas de detenidas, violadas, con los senos marcados y las caras destrozadas...
En Quiriquina estaban, entre otras, Silvia Lillo, con su hijita Laurita de 10 meses, que debe cumplir su pena hasta abril de 1975 y Milene Castro, procesada, cuya hija Paloma nació el 20 de octubre de 1974...
La respuesta de la Junta militar a Isabel Nova González de Carrillo, madre de 12 hijos, es el fusilamiento de su esposo Isidoro Carrillo, gerente general de la Empresa Nacional del Carbón, en octubre de 1973. Su crimen fue ser el primer gerente obrero de dicha empresa. Condenado a 15 años de prisión por el Consejo de Guerra después de un proceso que duró seis días, éste modificó la pena y lo condenó a muerte. Un día antes de su fusilamiento se lo llevó a la celda contigua a la de su hijo Fedor, y se torturó a ambos, alternativamente. Ese día, 23 niños de Lota quedaron sin padre, pues junto a Isidoro Carrillo cayeron otros patriotas. Como era insuficiente tanto crimen, los asesinos amenazaron a la esposa de Carrillo con quitarle sus hijos.
Desgarrante, alucinante, es el relato de Luz de las Nieves Ayress Moreno, supliciada en el centro de torturas de Tejas Verdes junto a su padre y a su hermano de 15 años. "Todo el mundo debe saber a que grado ha llegado y sigue llegando el fascismo", dice Luz de las Nieves en su estremecedor relato.
La respuesta de la Junta militar es la detención de Marianne y su madre, la diputada Laura Allende, a pesar de su grave enfermedad y después de haber sufrido arresto domiciliario; de Cecilia y Michelle Bachelet encarceladas después del asesinato de su padre, el General Bachelet; de Josefina Montes y sus hijas Diana y Rosa María, bárbaramente torturadas junto a su esposo y padre, el senador Montes.
Son los nombres de Rosa Barrera, Carmen Rodríguez, Amalia Chagneaux, Isabel Eyzaguirre y tantas otras dignas trabajadoras, educadoras, mujeres de ciencia; son los nombres de miles de patriotas víctimas y rehenes de la dictadura militar que ha destruido miles de familias. La señora Hortensia Bussi de Allende en el alegato que presentó ante la Comisión de Derechos Humanos de la ONU en nombre de la FDIM, en febrero de 1974, denunció las vejaciones humillantes y degradantes que sufren las mujeres chilenas. La isla Dawson, los campos de concentración de Pisagua y Chacabuco, de Quiriquina y Ritoque, los centros de torturas de Tejas Verdes y Tres Alamos, las cárceles que cubren toda la geografía chilena, con los más nobles hijos del pueblo entre sus muros, son un desafío a la humanidad civilizada.
Pero para la Junta militar todo este cuadro de horror, de vejaciones es aún insuficiente. Su jefe acaba de anunciar que las actuales leyes represivas son "demasiado indulgentes" y por lo tanto entrará en vigor "una ley de seguridad más drástica que el Código militar ahora vigente".
Esto es un nuevo desafío a la resolución adoptada por la Asamblea General de la ONU en su último período de sesiones, cuando llamó a las autoridades chilenas a respetar la Declaración Universal de los Derechos Humanos, restablecer las libertades fundamentales, respetar la vida humana y liberar a los detenidos políticos. Es un desafío a los objetivos del Año Internacional de la Mujer.
¿Y el drama de los niños, señor Presidente?
Los hijos de decenas de patriotas chilenos asesinados, jamás podrán cobijarse en el regazo de sus padres y tantos de ellos no podrán dejar una flor junto a su tumba. Los hijos de los detenidos no tienen quien les asegure el sustento diario. Algunos tienen la fortuna de ser acogidos por vecinos solidarios pero de escasos recursos. Muchos de ellos viven aterrados por los espectáculos de violencia de que han sido testigos, otros padecen de lesiones físicas y psíquicas irreparables. Los niños no pueden reivindicar el ejercicio de sus propios derechos, de esos derechos estipulados en la Declaración Universal de los Derechos del Niño de la ONU cuando dice que... "el niño gozará de una protección especial para que pueda desarrollarse física, mental, moral, espiritual y socialmente en forma saludable y normal, así como en condiciones de libertad y dignidad...", ...que "debe ser protegido de toda forma de abandono, crueldad y explotación..."
Somos nosotros, especialmente nosotras que damos la vida, quienes podemos medir la dimensión de su sufrimiento y de su tragedia y ante este tribunal de la opinión pública mundial, afirmamos que es nuestra responsabilidad salvar sus vidas del hambre, del desamparo, la persecución y la cárcel.
Se ha retornado además a un pasado más sombrío aún que aquel en que vivía el 60 por ciento de las familias chilenas antes del Gobierno de la Unidad Popular, cuyo mísero ingreso sólo ascendía al 17 por ciento de los ingresos del país.
Los obispos católicos en un documento publicado en vísperas de la Navidad pasada se referían a esta dramática realidad cuando decían que "para muchos la Navidad será triste este año, los sueldos no alcanzan, no hay dinero, hay cesantía".
La inflación y la crisis, se descarga sin piedad sobre las espaldas del pueblo trabajador.
Las informaciones periodísticas han recogido de fuentes oficiales, a fines de 1974, que la inflación durante ese año alcanzó a un 375 por ciento; que la consulta médica aumentó en un 160 por ciento; que 300.000 personas, alrededor del 10 por ciento de la población activa, no tiene trabajo y que el Servicio Nacional de Salud, ha hecho conocer estadísticas que destacan la existencia de casos de inanición, especialmente en los niños, provocados por la desnutrición.
Estas también son respuestas de la Junta militar a los objetivos del Año Internacional de la Mujer, cuando se refiere a las necesidades de la salud, el derecho al trabajo, la protección de la maternidad. O cuando demanda la igualdad de oportunidades educacionales y en Chile se niega el derecho de asistir a todos los niveles de la educación por razones ideológicas.
Nos parece aún escuchar la voz del Presidente Allende ante la Asamblea General de la ONU cuando se refería a ese pasado "en mi país 600.000 niños no podrán llevar jamás una vida normal porque en los ocho primeros meses de su existencia, han sido privados del mínimo indispensable de proteínas". "Cuatro mil millones de dólares permitirán transformar a Chile, mi patria. Una ínfima parte de esa suma bastaría para asegurar a todos los niños de mi tierra las proteínas que les hacen falta..." Esa suma representaba los beneficios obtenidos en sólo 42 años por las empresas que explotaban el cobre chileno. Las empresas que han vuelto a Chile con el golpe militar fascista.
Que dimensión cobran algunas de las cuarenta medidas del Gobierno de la Unidad Popular: el medio litro de leche para los niños hasta los 14 años y para las madres embarazadas; la educación totalmente gratuita y las primeras becas para los hijos de los campesinos y la construcción en dos años de más viviendas que las construidas en diez años de gobiernos anteriores; la educación de adultos con un crecimiento de un 98 por ciento; las universidades abiertas a los trabajadores; el aumento del nivel de vida; la tierra para quienes la trabajan...
La voz plena de patética grandeza del Presidente Allende en sus últimas palabras fue dirigida justamente a las mujeres del pueblo, a las beneficiarios de esas medidas... "Me dirijo sobre todo a la modesta mujer de nuestra tierra, a la campesina que creyó en nosotros, a la obrera que trabajó más, a la madre que supo de nuestra preocupación por los niños.
Fue dirigida a las mujeres que junto a los hombres se dedicaron durante los tres años de gobierno de la Unidad Popular a recuperar las riquezas del pueblo, multiplicarlas, distribuirlas con justicia, transformarlas en pan, en educación, en bienestar para todos, en progreso social y paz.
La Junta militar no está capacitada para considerarse parte del gran evento mundial que es el Año Internacional de la Mujer. Toda su política, sus propósitos, su acción contradicen los objetivos de dicho año, humillan y degradan la condición de la mujer.
Chile, "con su verdad ensangrentada por el martirio", como dijera su poeta, nos impone a todos, señor Presidente, acentuar nuestra acción para que la dictadura militar, ese cuerpo extraño, que a nuestra dignidad repugna, sea totalmente aislado de la comunidad internacional de naciones. Nos impone hacer aún más amplia nuestra exigencia de libertad para todos los detenidos, de cese del terror y de la abolición de todas las disposiciones represivas. Nos impone demandar al más alto organismo internacional, la ONU, interponer toda su influencia para lograr el cumplimiento irrestricto de la resolución adoptada por la Asamblea General en su última sesión.
Por nuestra parte, señor Presidente, podemos afirmar ante esta Tercera Sesión de la Comisión de Investigación de los Crímenes de la Junta Militar en Chile, que estamos junto al martirio de Chile y a su resistencia heroica, preludio de su victoria. Haremos nuestras las conclusiones de este tribunal de la opinión pública mundial en defensa de los derechos del hombre, respondiendo también a los objetivos de la resolución 3010 de la Asamblea General de la ONU, como una parte esencial de nuestra contribución al Año Internacional de la Mujer.

Viuda de Pedro Ríos
(Testimonio escrito, transcrito de una cinta magnetofónica, entregado en la Tercera Sesión de la Comisión por la Federación Democrática Internacional de Mujeres)
Leí en los diarios y en los bandos que mi marido fue llamado. El se presentó el mismo día martes 11. El viernes 14 regresó a la 1 de la tarde a Los Angeles. A las 11 de la noche sentimos culatazos en la puerta de nuestro hogar. Nos asomamos y vimos que estábamos rodeados por soldados con ametralladoras. Empezó un allanamiento durante el cual fui yo encañonada con mi empleada, mi hijo de 12 años y mi marido en el living de mi casa.
Empezaron a sacar todo de los closets y a romper colchones con bayoneta. Mis dos hijos chicos se despertaron llorando, salieron corriendo y se metieron al living. Al vernos a nosotros inmóviles y encañonados, se aterraron y empezaron con convulsiones.
El allanamiento duró hasta más o menos las 2 de la mañana. El oficial nos dijo que los dos chicos (el menor de 7 años y la chica de 8) tenían que ser llevados al hospital. Yo pedí al oficial que por favor los dejara allí, porque estaban desesperados. Fue el Regimiento a averiguar si se podía hacer eso. Regresó y me aceptó que quedaran los niños encerrados con llave ahí, los dos chiquititos. A todo esto los allanadores habían hecho un cortocircuito, de modo que mis dos hijos menores quedaron a oscuras. La llave de mi departamento se la entregaron a un capitán de Carabineros que vive al frente de mi casa, de apellido Fabres.
Yo fui llevada al Regimiento, con mi marido, mi empleada y mi hijo de 12 años.
Llegamos al Regimiento. Mi marido fue interrogado primero; después mi hijo, que fue puesto en un calabozo junto a su padre. Por último me interrogaron a mi y a mi empleada.
Mientras estaba sentada yo afuera, esperando que me interrogaran, pasó un pediatra, que era médico de mis hijos y que tenía la consulta en el segundo piso de mi casa. Al verme sentada ahí, me miró con odio, y pegándome la ametralladora en la frente, me dijo: "A los cubanos hay que darles bien en el centro y como a ellos les gusta." Yo no sé que pensaba, que yo era cubana. No sé que fue lo que pasó ahí; pero con un odio tan grande. Es Gregorio Burgos, pediatra, un nazi tremendo.
De ahí me llevaron al Buen Pastor de Los Angeles (2), tipo 3 de la mañana. Como no abrieron las puertas, me llevaron a la Comisaría de Carabineros. Allí me interrogaron nuevamente. Tipo 5 de la mañana volvimos al Buen Pastor y por fin abrieron la puerta. Me entraron a mí con mi empleada y no volví a saber más del destino de mi familia, de mis hijos.
Después me incomunicaron en el Buen Pastor, durante cinco días. Solamente me daban un pedazo de pan y agua por una ventanilla muy chica. Dentro de la celda había una cama y nada más. La madre Superiora era la encargada de cuidarme y de hacerme preguntas. A cada momento me decía que era poco lo que nos estaban haciendo a nosotras, que no era ni parecido de lo que nosotras pensábamos hacerle a ellas, que todas las religiosas iban a desaparecer, iban a ser asesinadas por los comunistas, por los marxistas.
Esa Madre me sacaba de la celda cuando me buscaban afuera. Venía la mujer del capitán Fabres, donde habían quedado las llaves de mi casa, a preguntarme nombres de compañeros, diciéndome que me iban a dar la libertad si yo daba nombres de compañeros que conocía. Pero felizmente me di cuenta que no venía como amiga, ni nada de eso. Incluso me traía cigarrillos, pero nada quise aceptarle.
Dentro de las 160 compañeras que estábamos allí, había una especie de infiltrada ,que habían metido para colaborar con los asesinos.
Un buen día, tipo 4 de la mañana, vino un jeep, me sacaron y me llevaron a un interrogatorio al Regimiento de Los Angeles. Allí fui drogada, seguramente violada. Yo sabía que mi marido estaba ahí, pero tampoco lo dije. Me preguntaron si estaba ahí dentro, pero dije que no, que no sabía.
Me enterraban agujas en la espalda, y yo me daba cuenta que eso eran drogas. Me hacían una serie de preguntas de compañeros. Es terrible tener que volver a recordar cosas; yo trato de superarme y olvidarme, porque tengo tres hijos y tengo que salir adelante con ellos.
Bueno, me devolvieron al Buen Pastor. Las compañeras que habían ahí me atendieron. Había llegado en muy malas condiciones. Me recuperé un poco.
A fines de septiembre fuimos sacadas todas las compañeras, tipo 5 de la mañana, engrilladas unas con otras. Fui maltratada al no poder subir a los camiones con facilidad. Me golpearon con la culata del fusil, un oficial de quién no sé el nombre. Como si a él no lo hubiese parido una mujer, como le dije: "¡Perro! ¿a ti no te parió una mujer?" Me contestó que me tapara la boca, porque si seguía así no llegaría al destino donde ellos nos llevaban. Subimos. Entramos todas las compañeras en los camiones y nos cerraron totalmente las carpas que les cubrían. Nadie sabía a dónde íbamos.
Como a las 11 de la mañana llegamos a Concepción, al Estadio. Allí vi otras cosas horribles: como pateaban a los compañeros que estaban tirados en el suelo, boca abajo. Los pateaban en la cara, les pegaban con las culatas de las ametralladoras. Se oía a esas horas de la mañana, los gritos de la gente, que seguramente estaban torturando. Esto lo hacían ellos, creo yo, para atemorizarnos a nosotras.
Del Estadio nos subieron a unas micros de la Universidad de Concepción y nos llevaron a Talcahuano. Allá nuevamente nos interrogaron. Había un jefe de la Armada, un almirante. Nos hicieron ficha. Nos metieron después en un lanchan y nos llevaron a la isla Quinquina.
Llegamos a la isla y nos interrogaron una por una. Cuando nos paraban para ficharnos nuevamente nos manoseaban; era un manoseo tremendo.
Vimos a los compañeros que estaban todos amontonados en una especie de estadio. Nos dieron un poco de comida y un sitio, parece que era donde estaban los grumetes, con colchones en el suelo.
Todas las noches se oía como torturaban a los compañeros, como mataban. Se sentían las ametralladoras, funcionaban toda la noche. Yo estaba con varias compañeras que conocía. Una de ellas era la esposa del Intendente Wolf, otra la esposa de un diputado, del que no me acuerdo el nombre; ellas estaban en muy malas condiciones, violadas, con las caras rotas, con los senos sajados, a consecuencias de las torturas.
Al día siguiente después que llegamos, nos sacaron a un patio muy chico. Vi ahí como estaban los compañeros, en una piscina, desnudos, con el agua hasta el cuello. Paseándose por los costados de la piscina había soldados con ametralladoras. Luego, con las compañeras lavamos un poco de ropa a nuestros compañeros, que estaban en muy malas condiciones.
Al día siguiente fui llamada para interrogarme. Fui interrogada por la policía del Ejército. Eran cinco, vestidos de civil. Me preguntaban nombres, Plan Z, las armas, cosas de mi marido, a las cuales yo contestaba que no sabía nada, nada. Uno viene y me dice: "¿Así que tu soy chora?", y me golpeó con los nudillos en las mandíbulas. Perdí el conocimiento y me caí. Me dieron varias patadas. Me sentaron en la silla y me dejaron descansar un rato y nuevamente me empezaron a interrogar. A todo esto yo tenía una crisis nerviosa.
Me preguntaron por mi empleada. Les dije que ella era una muchacha semi-analfabeta, que no sabía nada. Fueron a buscarla al patio y fue interrogada. No dijo nada; es una chica muy nerviosa, la soltaron.
Días después me dieron el pase para salir en libertad. A la salida del puerto de Talcahuano, el mismo almirante me dijo: "Señora, ojalá que no la vuelva a ver", con un odio tremendo.
Salí con un compañero, que era estudiante de la Universidad de Concepción. Iba sin camisa y con llagas en la espalda a consecuencia de las torturas, tenía heridas, quemaduras. Lo habían golpeado con palas, lo habían quemado, le habían puesto electricidad.
Llegué a Concepción. Llamé por teléfono a mi familia a Temuco, adonde estaban mis hijos, y me vinieron a buscar.
Al día siguiente una llamada telefónica. Me dicen que mi marido ha sido trasladado a Temuco, a la Cárcel Pública.
Empecé a tratar de verlo, a llevarle ropas, comida. A todo esto ya era fines de septiembre.
A mi marido lo llevaron el día 1o de octubre al Regimiento, a la Fiscalía Militar.
Vi a otro compañero, le pregunté por él y me dijo que estaba en muy malas condiciones, porque había sido flagelado. Ese día 1º de octubre fue devuelto a la enfermería de la Cárcel.
Al día siguiente, el martes 2, mi marido fue llevado a las 11 de la mañana nuevamente a la Fiscalía. Yo preguntaba en la cárcel si había regresado y me decían que estaban en la Fiscalía. Iba para la Fiscalía y me decían que estaban en la cárcel. El día 2 de octubre lo mataron. Le destrozaron el cráneo, con golpes de culata, a las nueve y media de la noche. En todos esos días nadie sabía donde estaba; hasta que el día 4 de octubre, dieron la noticia por el diario y la radio que había muerto y que había sido enterrado. Después por alguien supimos que estaba en la morgue. Fuimos con mi cuñado, hermano de él, a buscarlo a la morgue. Y no solamente en la morgue estaba él, sino que habían miles de compañeros en las mismas condiciones, prácticamente destrozados. Allí conseguimos que nos entregaran el cuerpo. Le hicimos un pequeño funeral, porque ellos dijeron que teníamos que tenerlo nada más que un par de horas.
Ese día cayó él y el doctor Enríquez, que era Jefe Zonal de la Provincia y que fue muerto en la Aviación, junto con su enfermero, de apellido Troncoso.
A mi marido lo mató un oficial de nombre Pablo Iturriaga Marchessi y Ramírez, que era Intendente de la provincia.
Al doctor Enríquez lo mató Andrés Pacheco, el aviador.
En la provincia todas las noches mataban.

Isabel Nova González
(Testimonio escrito entregado en la Tercera Sesión de la Comisión por la Federación Democrática Internacional de Mujeres)
Mi nombre es Isabel Nova González, de nacionalidad chilena, edad 38 años. Soy madre de 12 hijos.
El mayor, llamado Fedor, fue detenido el 13 de septiembre de 1973 en la ciudad de Lota, provincia de Concepción y enviado a la isla Quiriquina. Después de sufrir horribles torturas y no encontrándole cargo alguno, fue puesto en libertad el 17 de septiembre; pero cinco días más tarde, el 22 fue detenido nuevamente y enviado al Estadio Regional de Concepción, donde lo tuvieron hasta el 11 de enero de 1974. Durante este período sufrió muchos interrogatorios, acompañados de torturas inenarrables, que sólo pueden compararse con las usadas por los nazis. El 11 de enero de 1974 fue enviado al campo de concentración de Chacabuco en la provincia de Antofagasta, donde todavía se encuentra recluido.
Mi compañero se llamaba Isidoro Carrillo Tornería, miembro del Partido Comunista de Chile desde al año 1948. Yo lo conocí el año 1950. El año 1953 decidimos casarnos. Ese mismo año fue designado por el Partido candidato a regidor, siendo elegido con amplia votación popular. En 1959, fue candidato a dirigente del sindicato minero del carbón, siendo elegido y pasando a ocupar el cargo de presidente de este importante gremio.
En 1964, elegido regidor por tercera vez, fue designado alcalde de Lota. Más o menos en esa época es designado miembro del Comité Central del Partido. En 1969 fue nombrado candidato a senador, perdiendo por pocos votos.
En 1970, después del triunfo popular del doctor Salvador Allende Gossens como Presidente de Chile, mi compañero es nombrado Gerente General de la Empresa Nacional del Carbón (ENACAR), cargó que ocupó hasta el 11 de septiembre de 1973, fecha que como se sabe es la más negra de la historia de Chile, debido a la traición de las Fuerzas Armadas, encabezadas por el fascista Pinochet, que culminó con el asesinato de nuestro querido Presidente y miles de patriotas chilenos.
Ese día, mi compañero fue llamado a presentarse voluntariamente ante los militares, pero él no lo hizo porque quería entregar su cargo en condiciones que no se presentaran para acusaciones de irregularidades. Debido a esto fue detenido mi hijo mayor, como anteriormente les he dicho, y otro hijo menor. Finalmente, el 21 de septiembre de 197a, se presentó ante un militar, el comandante Bustamante, que se encontraba a cargo de las tropas en Coronel, para hacer entrega del cargo. Este le dijo que no había cargos contra él ni orden de detención, pero que, de todas maneras, se presentara al día siguiente ante el militar a cargo de la provincia.
Así fue como el día 22 se presentó ante el General de Ejército Washington Carrasco. Quedó detenido, y después de pasar por cuarteles, guarniciones militares, la isla Quiriquina, Estadio Regional y sufrido flagelaciones, logré verlo 21 días después en la cárcel de Concepción. Allí había sido enviado para seguirle proceso, acusándosele de dirigir el plan Z, plan inventado por los fascistas chilenos para justificar al exterminio de los izquierdistas de mi patria. El 18 de octubre de 1973, en un proceso que duró seis días, fue sometido a Consejo de Guerra y condenado a 15 años de prisión. Pero el 20 de octubre se le comunicó que la condena había sido cambiada por la de pena de muerte. A pesar de eso, el 21 de octubre fue llevado al Estadio Regional donde colocaron en una celda a nuestro hijo Fedor y a él en otra, torturando a uno mientras interrogaban a otro, y así sucesivamente, para así lograr informaciones. Pero aún así no lograron nada.
El 22 de octubre, a las 10 de la mañana, llegué yo a la cárcel, pues el abogado me había citado para darme a conocer la sentencia. Pero al llegar me llamaron para informarme que mi compañero había sido fusilado a las 6 de la mañana de ese día, junto a los camaradas Danilo González, profesor, Vladimir Araneda, profesor, y Bernabé Cabrera, minero: todos comunistas. Según lo que yo sé la orden de fusilamiento la dio el General Washington Carrasco y un tal Cruz.
El único delito que cometió mi compañero fue el de haber sido el primer gerente obrero de la Empresa Nacional del Carbón. Esto es algo que la burguesía no perdona.
Quedaron 23 niños de Lota sin padre, ya que como he dicho anteriormente, tengo 12 hijos, y Bernabé Cabrera dejó 7 hijos, de los cuales el mayor tiene 15 años.
En el momento del fusilamiento, el primer pelotón de fusileros se negó a disparar. Sortearon a un nuevo grupo, al que se les dijo que si no disparaban, se les mataría a ellos. Mi camarada y los otros les dijeron a estos nuevos fusileros que dispararan, porque ellos sabían quiénes eran los verdaderos asesinos y el pueblo también lo sabía.
Después del fusilamiento, yo, con las esposas de los otros camaradas, reclamamos los cuerpos de nuestros compañeros, pero hasta esto nos fue negado.
Demás está narrar las persecuciones y vejaciones de que fuimos objeto. A mi se me amenazó con quitarme a mis hijos, para ser criados y educados por los fascistas. En uno de los allanamientos de mi casa me quitaron todas las fotografías de mi compañero, con el objeto, según ellos, de que ni los hijos lo recordaran.

María Antonia González Cabezas
(Testimonio escrito entregado en la Tercera Sesión de la Comisión por la Federación Democrática Internacional de Mujeres)
Fui detenida el 5 de octubre de 1973 a las 15 hrs., en la casa de mis padres, por carabineros, los cuales no portaban orden de detención. Fui llevada a un furgón de carabineros hasta la Comisaría en Viña del Mar, allí fui registrada y se me notificó verbalmente 'Operación Ancla 2', esto significaba traslado a Valparaíso, a la Academia de Guerra Naval vieja, ubicada en el paseo 21 de Mayo, la cual era ocupada por la Escuela de Antisubmarinos. En realidad era un lugar de torturas a cargo del 'Escuadrón de la Muerte', boinas negras de las fuerzas especiales de la Armada.
Fui dejada en una sala con cinco prisioneros, hombres, que estaban sentados en unas bancas mirando hacia la pared. Nos cuidaba un guardia armado. A las 18 hrs. nos trajeron comida. A mí me dejaron pasear por la sala. De pronto ingresaron hombres con rostros pintados de negro y armados con metralletas, dando gritos y pisando fuerte. Leyeron los nombres de los que allí estábamos, y pidieron voluntarios para interrogatorios, eran las 20 hrs. Me ofrecí para ir, pero fui rechazada. Llevaron a un hombre que demoró alrededor de una hora y media. Cuando regresó, estaba deshecho, sus ropas destruidas y mojada la cabeza y las ropas; quise darle café que había en un termo, pero no me lo permitió el guardia de la sala.
Llevaron a otro hombre.
Pedí permiso para ir al baño. El guardia me acompañó y no dejó de apuntarme mientras hacía mis necesidades fisiológicas. Inútiles fueron mis ruegos para que girara su rostro hacia la puerta. Me dijo: "Tengo órdenes especiales de cuidarte-, porque pretendes intentar algo." Era la segunda vergüenza que pasaba (la primera, el allanamiento por carabineros en Viña del Mar que consistió en búsqueda de hojas de afeitar en mis ropas interiores).
En cuarto lugar me llevaron a interrogatorio. Debí cubrirme la cabeza con mi abrigo, me condujeron por caminos con altos y bajos, escalas, hasta el sitio de tortura. A grandes voces me hicieron abrir brazos y piernas, bien abiertas. Me revisaron nuevamente, me sacaron los zapatos y sentí las baldosas heladas bajo mis pies. A través del abrigo me llegaban voces de varios hombres a la vez. Me preguntaron nuevamente datos personales (que ya venían en la hoja de carabineros), incluyendo el carnet de identidad, al llegar a la profesión, me dijeron que yo no era docente de la Universidad, me insultaron por ser (según ellos) "integrante de la Brigada Ramona Parra". Al interrogatorio no le encontraba ninguna hilación. Me empezó a faltar el aire, por el grueso abrigo que me cubría, y los brazos se me empezaron a bajar, las piernas ya no resistían la posición exageradamente abierta. Se me acercaron unos hombres y me subieron las mangas de la blusa y me amenazaron con ponerme inyecciones para hacerme hablar. Me amarraron los brazos con elásticos (como para sacar sangre). La boca se me secaba, no escuchaba nada. Se me cayó el abrigo de la cabeza y me sentí flaquear, me caía, me sujetaron. Al quedar sin venda vi el recinto, era la piscina de la Escuela Naval. Unos hombres estaban pintados de negro, alrededor de una mesa redonda, otros a mi lado. Un foco me iluminaba, una lámpara en la mesa les permitía escribir y consultar papeles. Me parecieron ridículos, marinos chilenos torturando a seres indefensos. Me ordenaron cerrar los ojos, tuve mucho miedo. ¿Qué iba a ocurrir ahora? Me ordenaron sacarme la blusa, no le hice, me la sacaron ellos, me desnudaron a tirones y me llevaron a la orilla de la piscina.
Sentí que me cogían de los pies y me metían al agua helada, o sea, "submarinos". Sentí que me ahogaba. Me sacaron. Gritaban: "Di donde está Guastavino" y de nuevo al agua. Luego: "Canta la canción del che Guevara"; les grité "No sé la letra", ¿estaba sobrepasando el miedo?. Me preguntaron: "Di dónde estás." Les dije: "En Brasil, en Paraguay." Me sacaron del agua y me arrastraron a la orilla, estaba extenuada. Gritaron: "Estás en Chile y te vamos a violar." "Tu has sido entrenada por los comunistas para resistir interrogatorios." Unas manos me apretaron los senos, me mordieron, me apretaron el abdomen y se dieron cuenta de la cicatriz de cesárea. Entonces empezaron a burlarse de mi maternidad, me preguntaron el nombre del padre de la niña, el cual no di. Fui golpeada en el rostro y lanzada al piso otra vez, empecé a sentir mucho frío y pedí mi ropa, un marino me vistió, mientras otro gritaba en mi oído: "Di el nombre del padre de tu hija, sabemos que es un cubano y lo vamos a buscar, para traerlo y matarlo delante de tí."
Empecé a llorar en silencio, mientras me arrastraban por pasillos y escaleras. Me preguntaron: "¿Somos malos?", "¿tienes miedo?." "Ustedes nos iban a matar a nosotros."
Me llevaron a la sala con los otros hombres. Lloraba tanto que empezó a llorar otro hombre que faltaba para ser interrogado. No fue llevado. El guardia me dio café y una frazada. Al poco rato, llegaron los torturadores sin pintura, a burlarse de mí, diciendo: "Aquí está la cubana, la amante del che Guevara." Cuando les vi sin pintura, pensé que me iban a matar.
Llegaron otros prisioneros alrededor de las dos y media de la mañana. Había dos personas conocidas en el grupo. Los tendieron en el suelo, y poco a poco, fueron llevados a interrogatorio.
Al amanecer, dijeron que nos llevaban a Santiago. Se sintió el ruido de un bus en marcha. A las 7 hrs. de esta noche de terror, nos sacaron al patio de la Escuela, nos hicieron marchar y hacer ejercicios, yo iba en segundo lugar caminando sobre el pasto con rocío, se me humedecieron los pies. Hicimos tiburones y marchas. Nos dieron desayuno delante de los otros prisioneros, a ellos no. Empezaron los interrogatorios. Me llevaron con los ojos cerrados hacia un patio cercano a la sala en que estábamos, me hicieron abrir los brazos y apoyar la cabeza en un paredón. Un oficial boina negra me colocó un revolver en la sien y gritó: "Habla de una vez por todas, porque vas a ser fusilada", giré un poco la cabeza y le pregunté sobre qué tema. Vi que era muy joven, con bigotes, el mismo de la piscina, me empujó con el revolver y me dijo: "No vas a ver más a tu hija." Cumplió su palabra.
Nos llevaron a todos en un bus, con el rostro cubierto, a un lugar que parecía lejano (por las vueltas que dio el bus). La Academia de Guerra Naval. Allí encontré muchos compañeros para ser interrogados, nos dieron comida y sillas. Nadie hablaba con los otros. Me trasladaron vendada a otra sala, ahí encontré otros compañeros. Aún no comprendo qué cargo había en mi contra.
Me llevaron a interrogatorio a las 19 hrs., con venda. Sabían que había sido torturada. Me preguntaron sobre el paradero de un Dr. Holgrem y de Lucho Guastavino, de ninguno de ellos dije nada.
Me dejaron sola en una pieza. En las piezas de los lados interrogaban a mis compañeros de la Universidad de Chile. Volvieron y me dijeron que me iba en libertad y que no me metiera en nada, que cuidara a mi hija. Me sacaron la venda, conversé con un interrogador (torturador) colorín de pecas, que me habló de su esposa, de sus niños y me trató muy bien. Me entregó una lista de cobranzas de la Junta de Vecinos, y una libreta de apuntes.
Fui a la sala de post-interrogatorios. El toque de queda era a las nueve de la noche. A las ocho treinta de la noche vino un guardia y me pidió los documentos que me habían entregado. El interrogador colorín me dijo: "Hay un pequeño problema que resolver, un comandante desea verla antes que usted salga en libertad, la llamaremos luego." Me llevaron a interrogatorio a las 11,30 hrs. (de la noche), muy duro, con venda en los ojos, con golpes alrededor, con amenazas. Me sacaron el abrigo, los zapatos, me sentaron en una silla y varios hombres me interrogaban a la vez. No comprendía nada. El giro del interrogatorio era diferente, en concreto era el Plan "Z", las escuelas de guerrillas, los cordones industriales, etc. Desde cuando era militante del Partido Comunista (dije que de 1968).
Me devolvieron a la sala de post-interrogatorios. Me observaron. Luego de nuevo a la sala de interrogatorio. Esta vez otro giro: "Eres boliviana, de las guerrillas del Che, eres cubana." "Tenemos fotografías tuyas en Cuba, eres guerrillera."
Negué tales acusaciones, esgrimí que salí de Chile cuando había relaciones diplomáticas con Cuba, y regresé en las mismas condiciones, todo legal. Me hicieron escuchar las torturas practicadas a los hombres que yo conocía (los escuché gritar, quejarse, ruidos de golpes, los hacían gritar consignas de la Unidad Popular).
Me interrogaban cada media hora. En la sala de post-interrogatorios había compañeros en camillas, con piernas quebradas, con heridas, temblaba a cada rato y no podíamos movernos, llegaban nuevos prisioneros.
No me preguntaron nombres de personas, sino formulaban acusaciones de adiestramiento militar. En la madrugada me interrogaron sin venda, me explicaron el porqué de las torturas, comprendí que me liquidaban y me bloqueé mentalmente.
A las 7 de la mañana me llevaron al barco "Lebu" calificada en categoría 3 (extrema peligrosidad, la categoría 4 era fusilamiento). Vimos la hoja al subir a la camioneta. En el barco me ubicaron en un camarote con otras cuatro compañeras. Ahí permanecí hasta el 17 de noviembre de 1973, fecha en que fuimos llevadas a la Cárcel de Mujeres.
En el barco la vida era muy dura, cernimos porotos con gusanos y los tallarines mal cocidos; los compañeros en las bodegas estaban muy mal, eran más de 400. A veces faltaba el agua. La Cruz Roja aún no funcionaba, así es que no teníamos noticias de la familia. Los guardias, algunos muchachitos muy jóvenes, a veces nos aceptaban tener un poco la puerta abierta. Visitábamos, con permiso de algún guardia, otros camarotes y teníamos noticias. Si íbamos a buscar la comida podíamos ver a los compañeros, pero era muy triste y peligroso, pues cualquier mirada era interpretada por los guardias a su antojo.
La alegría de poder salir a cubierta, poder cantar, hacer gimnasia, era inmensa, y nos hacía olvidar lo macabro de la situación. No hablábamos del pasado ni de lo que habíamos sufrido cada una.
Hubo fuertes vientos, que movían el barco y los que más mal lo pasaban eran los prisioneros en las dos bodegas del barco.
El 17 de noviembre de 1973, doce compañeras fuimos llevadas firmemente custodiadas al Buen Pastor (3) en Van Burén 2614, con las delincuentes habituales. Ocupamos un dormitorio, en el cual dormimos en el suelo durante un mes y medio. Recibíamos visitas una vez por semana.
Supe que mi casa había sido allanada cinco veces y mi hermano menor, de 18 años, tomado prisionero también. Nos llegaban noticias de lo que ocurría en el país.
Trabajamos para la Pascua (yo me disfracé de Viejo Pascuero). Entregamos regalos a todos los niños de todas las prisioneras. Las monjas se esmeraron en hacernos más llevadera la vida en el único patio del penal.
En marzo del 74 fuimos llevadas cuatro compañeras al cuartel "Silva Palma". Tres de ellas salieron en libertad y yo quedé prisionera siempre. El 20 de marzo del 74 me sometieron a un largo interrogatorio, según dijeron previo a un Consejo de Guerra, de pie, vendada, durante tres horas. Habían obtenido documentos en la Universidad, por ejemplo el convenio con Cuba, por el cual me decían que era "agente del gobierno cubano"; las listas de la Junta de Vecinos como Plan "Z", me preguntaron por personas, etc.
Me enviaron a celda común. Al otro día nuevo interrogatorio, con una mujer y amenazas. Un hombre me sacó el abrigo y golpeaba alrededor mió. Me enviaron incomunicada. Ahí permanecí durante 15 días, con allanamientos a cualquier hora a la celda. Perdí la noción del tiempo; sólo salía una vez en la mañana a la ducha y decían: "La cubana va al baño".
Mi familia y mis compañeros ignoraban mi paradero. No figuré en las listas de la Cruz Roja en ese tiempo. El 8 de abril me llevaron a interrogatorio con luces, vendada. Había ruido de martillos y serruchos, lo que significaba sala de torturas. Durante los días de incomunicación esperaba lo peor así es que no me sorprendió este hecho.
Me dijeron: "Esperamos señora María Antonia que desee conversar con nosotros y nos diga la verdad." Me interrogaron sobre mi viaje a Cuba y sobre mis actividades en la Isla; insistieron en el adiestramiento militar. Me mostraron documentos, fotografías. Negué tal adiestramiento. Me pidieron declarara por escrito "que había sido utilizada por el marxismo internacional". Me negué a firmar documento alguno. Fue un interrogatorio cruel. Al final me dijeron: "¿Qué haría usted si saliera en libertad?" Pedí que cesaran los golpes para poder contestar.
Fui dejada en una celda con dos compañeros más y a los dos días enviada al Buen Pastor.
La incomunicación me produjo una baja considerable de peso.
Pude ver a mi familia la cual esperaba mi pronta salida. En la visita de Cárceles el intendente se sorprendió del caso mío y ordenó su pronta solución: "Detenida por Ley de Estado de Sitio, sin cargos después de 11 interrogatorios".
En julio de 1974 solicité permiso a Fiscalía Naval para retirar pertenencias en el departamento de Matemáticas de la Universidad (donde yo trabajaba), permiso que fue concedido en agosto. Pude constatar que había sido allanada mi oficina; habían destruido mis certificados de estudios e incautado libros de la especialidad. Fui a mi casa a dejar los libros. Vi mi casa, mi barrio, los niños. Fue un viaje de dos horas. Regresé destruida moralmente a la Cárcel.
El abogado del Comité para la Paz solicitó mí libertad bajo fianza, la que fue negada por no existir proceso. En septiembre de 1974, en visita de Cárceles, el Fiscal Naval me notificó de la expulsión del país. Reclamé de esta aberración en la misma visita. Se movilizó la Iglesia Católica para lograr dejarme en el país, lo que fue denegado, diciéndose que "era muy firme y peligrosa".
El 26 de noviembre de 1974, Investigaciones me notificó por escrito el decreto 1173, de 15 de julio de 1974, el que dispone mi expulsión indefinida del país.
Mi familia quedó perpleja. Mi hermano cesante hace un año (con dos hijos). Hicieron gestiones inútiles en el Comité para la Paz.
El 13 de noviembre a las 6 de la mañana, salí de la cárcel hacia Pudahuel (aeropuerto), en un vehículo de Investigaciones. Partí con mi hija expulsada del país.
Nunca tuve proceso, ni derecho a abogado, ni a apelación. No se me pagó cesantía ni desahucio. Me exoneraron de mi cargo en noviembre de 1973 mientras estaba en el barco "Lebu". Nunca hubo cargos en mi contra, solamente persecución a la ideología política.
Y, ¿qué hice 1 año y 42 días en la cárcel?
¿Cómo expresar el dolor de la permanencia en una cárcel?
Si se tiene que vivir cada día, si debes esperar. Cuánto daño, observando cada día a mi hija más delgada y más distinta a la que yo había criado. Esperando la condena. En cualquier momento nuevos interrogatorios. Escuchando los gritos de los vigilantes, el submundo de la cárcel, el lesbianismo de algunas, el desprecio de otros, en fin. Sin atención médica. Esperar el nacimiento del hijo de una compañera, ver crecer una niña en un lugar tan inhóspito, tan desamparado, tan lleno de peligros.
En la cárcel había dos compañeras que estaban con sus hijas. Para terminar, quiero relatar sus casos:
Silvia Lillo Robles. Tiene 23 años de edad y su hija Laurita once meses. Está condenada a 1 año y medio de prisión, que cumple en abril de 1975.
Conocí a Silvia en el "Lebu" (buque prisión), lugar al que fue llevada desde la Academia de Guerra. Estaba incomunicada en el camarote más inhóspito. Al conseguir poder llevarle algo de comida, la vimos bastante decaída, y nos contó de su estado de gravidez.
Con Silvia Morris, enfermera, y otros compañeros, conseguimos que el oficial de guardia pidiera su traslado al Hospital Naval para permanecer en reposo y con una alimentación adecuada. Se efectuó el traslado y pensamos que había sido dejada libre. Grande fue nuestra sorpresa al encontrarla en el "Buen Pastor" el 17 de noviembre de 1973, fecha de nuestro traslado desde el Lebu a la Cárcel de Mujeres.
El compañero de Silvia estaba asilado en la Embajada de Italia. A ella la Fiscalía Naval le hizo un rápido Consejo de Guerra, en noviembre. Fue juzgada junto con otros compañeros de la Escuela de Derecho de Valparaíso. La defensa estuvo a cargo de un profesor de la Universidad de Chile, quien sólo dos días antes conoció el expediente. No les importó el estado de gravidez de Silvia y fue confinada en la cárcel, en un patio sin sol ni aire, expuesta a diversos riesgos. El parto se produjo en febrero del 74 con episiotomía. En esas condiciones regresó a la cárcel con su hijita Laura (Laurita para nosotros). Pudo amamantarla bien, pero con daño para su salud. Silvia está descalcificada, muy delgada, y con la visión disminuida considerablemente. No ha podido llevar regularmente a control médico a su hija, pues la Fiscalía Naval sólo al cabo de 10 meses, en noviembre de 1974, dio la autorización para un control.
Laurita ha crecido en la cárcel, en medio del cariño de todos. Con su simpatía ha conquistado a las madres (a cargo de la cárcel), a las vigilantes y a todas las reclusos. Se consiguió autorización para tomar sol, debido a un esbozo de raquitismo diagnosticado por el médico. Pero el ambiente no es propicio para la crianza de una criatura, puesto que ella duerme con Silvia en un dormitorio para 18 personas (literas), habitualmente completo, con sólo dos ventanas que se cierran en la noche, expuesta a todos los problemas que se viven a diario en el penal.
Cuando salí el 13 de noviembre de 1974, hacía dos días que Laurita había empezado a caminar sólita. Es una niñita bien criada por el esfuerzo que realiza Silvia, una abnegada madre protegiendo a su hija.
Milene Castro Neumann. Tiene 26 años. Su hija Paloma nació el 20 de octubre de 1974.
Fue detenida en el domicilio de sus padres en enero de 1974. Llevada al "Cuartel Silva Palma" por agentes del Servicio de Inteligencia Naval, fue torturada con golpes y con electricidad, no obstante haber declarado su embarazo. En febrero de 1974 fue llevada a la Casa Correccional de Mujeres "Buen Pastor" de Valparaíso, donde la conocí. Me impresionó la suavidad de su carácter, su dulzura. Estudiaba Educación Parvulario en la Universidad de Chile. Milene le escribió a un amigo (Gabriel) y le contó los malos tratos recibidos en la cárcel. La carta fue interceptada en el Cuartel Silva Palma, y fue apresado el signatario de la carta junto con otros amigos a quienes Milene le enviaba saludos.
Gabriel aún permanece detenido, sin juicio, en la Cárcel de Hombres de Valparaíso; se le sometió a torturas.
Milene tiene proceso en la Fiscalía Naval; pero aún no ha sido condenada. El embarazo transcurrió en la cárcel (en marzo incomunicada).
El parto se produjo a las 9 hrs. de la mañana del 20 de octubre, y los dolores comenzaron a las 12:30 de la noche. No tuvo asistencia médica ni tranquilidad esa noche. Con gran valentía, en medio del nerviosismo de todas nosotras, fue llevada al Hospital Deformes donde dio a luz a PALOMA LIBERTAD una hermosa criatura que crece también en la Cárcel de Mujeres.

Margarita Cecilia Bastión Velásquez
(Testimonio escrito entregado en la Tercera Sesión de la Comisión por la Federación Democrática Internacional de Mujeres)
Mi nombre es Margarita Cecilia Bastión Velásquez. Tengo 17 años aún no cumplidos. Vivo en una población de Santiago con mi madre y mis hermanos. Estudiaba en la Escuela Técnica.
En la mañana del día 4 de diciembre de 1973 fui arrestada luego de un allanamiento a mi hogar por una treintena de soldados, mandados por un joven oficial, que preguntaban por mí. Se le dijo a mi madre que no llorara tanto, pues se me llevaba solamente para hacer algunas declaraciones y que en seguida volvería a la casa.
Como era verano, me negué a llevar un chaleco, como ellos me ordenaban; salí en pantalones y con una polera.
Al salir de mi casa observé con sorpresa dos vehículos frente a la puerta para transportar los soldados que llegaban hasta allí. "¿Es para venir a buscarme a mí, a una mujer, que tantos huevones ocupan el barrio?", "¡ Uds. no tienen vergüenza!". Esas fueron las primeras palabras que les dije en sus caras. "¡Sube mierda!", me respondió el oficial. Justo antes de partir me dicen: "Te vamos a vendar los ojos, tenemos orden de hacerlo". "Véndenme no más, véndenme no más.", y ellos me vendaron los ojos fuertemente con un trapo. Un poco más lejos, me ataron las manos por la espalda.
No sé cuanto tiempo pasó hasta que llegamos a nuestro destino. No sabía tampoco adonde iba.
Cuando nos detuvimos, escuché de nuevo la voz del oficial que me decía: "Baja ahora, huevona, concha de tu madre. Llegaste". Yo le respondí con otros insultos al bajar.
Cuando estaba en los alrededores donde se me conducía, me dijeron: "Ahora agáchate" y yo sentí un puñetazo terrible en el mentón y otro en la nariz. Una oleada de sangre me bañó todo el rostro y manchó mi pantalón y mi polera. Creo que perdí el conocimiento, pues cuando me desperté, un soldado me echaba agua con una manguera.
Me llevaron a un calabozo, con las manos detrás de la espalda y permanecí tres días sin comer. A veces dormía por instantes. Otras veces creía que estaba soñando o que tenía una pesadilla, pero los gritos de dolor o las quejas de otros prisioneros me despertaban y me volvían a la realidad. Intentaba descubrir qué era, de qué se trataba. Al cabo de unos días de escuchar sus gritos atroces, pude verificar quiénes eran : once soldados interrogados por sus superiores. "No me mate, mi capitán, ¡Yo no he hecho nada! Piedad, mi capitán... Por Dios, ¡ le juro que no he hecho nada!" Los gritos eran terribles. A veces creía volverme loca; me tapaba los oídos para no escuchar. Un día (me acuerdo perfectamente del día y la hora), ellos fueron ejecutados en las cercanías donde yo me encontraba, en el interior del regimiento de San Bernardo, Cerro Chena. Escuchamos las ráfagas de metralletas que provocaron los gritos de esos soldados.
Durante el tiempo que permanecí detenida, escuché el fusilamiento de once soldados y de un padre y un hijo, fusilados juntos. El padre era ejecutivo de DINAC, departamento de distribución de la Unidad Popular y el hijo era sargento en el Regimiento. Oí decir que el padre era comunista.
Al fin fui llevada para un interrogatorio. Me pusieron un capuchón en el rostro que no me permitía ver la luz; escuchaba solamente las voces que me interrogaban. Se me interrogaba sobre la suposición que yo era miembro del GAP (Guardia Personal del Presidente de la República). A cada respuesta de mi parte recibía un puñetazo, un puntapié, y cuando me desmayaba, comenzaban a aplicarme electricidad en las orejas, en la cabeza, en los senos, etc. Fue muy fácil para ellos desnudarme. Me dijeron las peores cosas que se le pueden decir a un ser humano. Me golpeaban con pies y manos, apagaban cigarrillos en mis senos, me torturaban tanto que veía la muerte cien veces. Era lo que les gritaba cuando recobraba el sentido. No dejé jamás de lanzarles a la cara su cobardía y su vileza. Me gritaban "¡Siéntate, huevona de mierda, siéntate!". Y cuando con sus gritos me obligaban a sentarme, no había silla y caía de espaldas en el suelo, desnuda. En seguida me decían: "Avanza así, ¡sin detenerte!", "¡Camina!" Y como yo no veía, avanzaba y botaba sillas, mesas, hasta que caía de nuevo. Ellos sabían que yo tenía un hermano en el Ejército y quizá eso me salvó de que fuera violada, y también un soldado que apareció justo cuando iba a serlo.
Permanecí detenida desde el 14 de diciembre hasta fines de enero, sometida a toda clase de torturas y vejaciones. No tuve miedo de ellos y, como mujer joven, creo que he resistido más de lo que podría soportar un hombre. Mi altura es de más de 1,60 metros y, a pesar de ser joven, creo que tuve una actitud valerosa.
En cuanto a los interrogatorios, yo no sabía absolutamente nada de lo que se me preguntaba, pues jamás había pertenecido al GAP ni a ningún partido político. Solamente había asistido a algunas reuniones de la Juventud Comunista.
Cuando salí del campo de concentración del Cerro Chena, me llevaron a la Fiscalía Militar. Un militar con muchos galones, posiblemente comandante, y muy ceremonioso, me hizo sentarme. Me planteó muchas preguntas y comenzó: "Tú eres muy joven, tienes buena presencia, no tienes nada de idiota, podrías continuar tus estudios, se te enviaría a la Universidad. Tendrás otro nombre, tus documentos están ya listos, te llamarías..." y él me dio el nombre que debería utilizar. "Se te dará una buena paga, cambiarás de barrio, etc., etc., y tú trabajarás para nosotros. Nos informarás sobre las reuniones, sobre lo que se dice de nosotros, sobre lo que quieren hacer, sobre lo que se va a hacer. Es un trabajo fácil y bien remunerado. Escucharás en todas partes donde estés y serás los ojos y oídos. ¿Qué es lo que piensas? Tu comportamiento ha sido muy valeroso, por lo que te proponemos "que no arruines tu porvenir. Trabaja con nosotros...". Lo escuché tranquilamente y le respondí: "Señor militar, máteme si quiere, pero yo no puedo hacer eso. Soy pobre, Pero no puedo hacer lo que Ud. me pide.". El hizo de nuevo sus proposiciones. Las ofertas económicas, el mejoramiento del nivel social, la Universidad, los salarios, etc., etc. Mi respuesta fue más categórica: "Fusíleme, señor militar, máteme -le grité- pero eso no lo puedo hacer nunca.". Entonces él ordenó mi libertad previa firma de un documento en el cual yo declaraba que no había sido flagelada ni torturada y que había recibido un buen tratamiento de parte de los militares.
Ahora, mi madre, después de haber vendido hasta lo indispensable para nuestro hogar, ha podido reunir el dinero necesario para que mi hermana de 22 años Y yo podamos partir de Chile. No sé dónde iremos, pero cualquier parte del mundo será mejor que este infierno. Mi hermano, que está actualmente en el Ejército, cuando se le contó lo que yo había pasado, solamente pudo llorar.

Vila Loaiza Mancilla
(Denuncia entregada en la Tercera Sesión de la Comisión por la Federación Democrática Internacional de Mujeres)
Vila Loaiza Mancilla, dueña de casa, domiciliada en calle Jefferson 0931 de la Comuna de Conchalí de Santiago de Chile, carnet de identidad 5692237 de Santiago, hizo una dramática denuncia a la Comisión de Derechos Humanos de la Organización de Estados Americanos (OEA), y a uno de los Juzgados del Crimen de Mayor Cuantía de Santiago.
Los hechos pueden resumirse así:
El esposo de la denunciante, Rolando López Alegría, ex-empleado de la firma "Petrodow", fue detenido el 23 de abril de 1974. Según pudo averiguar después la esposa, fue llevado al campo de prisioneros de Tejas Verdes, luego al Estadio Chile, y finalmente al lugar de detención de presos políticos, ubicado en la calle Tres Alamos de Santiago. Sólo en dos oportunidades pudo hablar con su marido, en cortas visitas de cinco minutos cada una. El esposo le expresó entonces que había sufrido torturas físicas y síquicas.
El día 13 de mayo, a la una de la madrugada, o sea, estando ya en vigencia el toque de queda, y en que sólo pueden transitar por las calles los que están autorizados por la Junta militar, llegaron al domicilio de la denunciante tres individuos de civil. La interrogaron acerca de hechos sobre los que no pudo dar respuesta, por desconocerlos absolutamente: actividades del marido, armas, planes, etc.
Los tres individuos la violaron sucesivamente, amenazándola con disparar si gritaba o pedía auxilio. Todo esto se realizó ante la vista de sus tres pequeños hijos de 2, 4 y 5 años.
Desde la fecha de la violación de que fue víctima, Vila Loaiza Mancilla ha sido interrogada en seis oportunidades, en su domicilio, por otros individuos, quienes penetran por la fuerza en su hogar.
La última visita de estos siniestros sujetos, ocurrió el día 13 de julio de 1974. Ese día procedieron a torturarla con corriente eléctrica en ambas muñecas. Luego procedieron a marcarla en el muslo izquierdo con una especie de aguja eléctrica, parecida a un lápiz, que enchufaron a la electricidad. La marca es una hoz y un martillo y -señala- "Me dijeron que me marcaban para que se me pasara lo comunista".
Vila Loaiza M. venciendo su pudor de esposa y madre, presentó la denuncia al juzgado y envió un oficio especial a la Comisión de Derechos Humanos de la OEA, para que se procediera a castigar a los culpables.

N. N.
(Testimonio escrito entregado en la Tercera Sesión de la Comisión por la Federación Democrática Internacional de Mujeres)
Soy dueña de casa, viuda; tengo 46 años de edad. La noche del 19 de septiembre de 1973 estaba en mi casa con mi hijo de 14 años. Los Boinas Negras llegaron a registrar la casa. Me acusaron de haber colaborado en la campaña presidencial del Presidente Allende en 1970. Presumían que yo debía saber los nombres de izquierdistas. Revisaron mi casa y no encontraron nada. Le pegaron a mi hijo de 14 años delante mío. También me pegaron a mí, diciendo que yo tenía que darles nombres. Lesionaron seriamente a mi hijo: le fracturaron la mandíbula, le rompieron tres costillas y le dañaron el bazo. Los Boinas Negras me arrestaron y me trajeron a Colina, Peldehue. Pasé una noche terrible en Colina; estuvieron toda la noche interrogándome. No me dejaban sentarme, tomar agua o ir al baño. Golpes, insultos, actos groseros.
Después de esa noche interminable, alrededor de las 10.30 o de las 12 del día siguiente -no sé, perdí el sentido del tiempo-, me llevaron al Estadio Nacional, un verdadero infierno. Ahí fui tratada igual que en Peldehue, vilmente. Era un trato increíblemente cruel. Querían humillarnos y degradarnos. Me pusieron en el Estadio Nacional en el camarín nº 1, con alrededor de 80 mujeres más; una pieza de 4X8 metros, diseñada para un máximo de 20 personas. Los baños no funcionaban. Había sólo dos excusados y una ducha. Era muy húmedo. Teníamos que dormir sobre el suelo de cemento, porque no había siquiera frazadas. Nada.
Nos pasábamos todo el tiempo oyéndolos golpear a los prisioneros que habían llegado recién; oyendo los insultos y los golpes; tratando de ayudar a las compañeras que habían sido recién interrogadas, interrogadas entre comillas porque no me explico cómo podían soportarlo. No había atención médica. Había mujeres embarazadas entre los prisioneros y teníamos una epidemia de disentería. La comida era terrible y nos daban sólo un plato al día.
Nos sacaban afuera a tomar aire... para refrescar nuestras memorias. Las galerías del Estadio estaban llenas. Tenían un sistema rotativo, de tal manera que cuando nos sacaban a nosotros afuera, llevaban a otros adentro, y así por delante. Y vimos pasar a los compañeros, algunos completamente morados, otros a quienes había que acarrearlos porque no podían caminar después de los interrogatorios. Fueron días brutales, pero nuestros espíritus nunca fallaron.
Empezaron a llegar más prisioneras al Camarín nº 1, que venían del campo de concentración de Cerro Chena, del Regimiento de Ferrocarriles en Puente Alto, un infierno. Venían inmundas. Habían pasado días enteros tendidas en el suelo, con las manos detrás del cuello, sin tener siquiera la posibilidad de ir al baño. En los cuarteles de la policía trataban a las mujeres de manera increíble. Las desvestían y escribían "extremista" sobre sus pechos, con tinta de plumón, que no sale, o "Mirista" en la frente. Así es como trataban a los prisioneros en general. Las mujeres que venían de la Escuela Capitán Avalos (4) habían sido terriblemente torturadas.
Cada día llegaban más mujeres a causa de los allanamientos a las fábricas. Poblaciones callampas, oficinas públicas, colegios. Ya no había más espacio, así es que nos llevaron a los camarines de la piscina del Estadio Nacional, los que, para decir lo menos, no estaban preparados para albergar gente. Teníamos ahí un poco más de espacio, pero el número de prisioneras había aumentado: había entre 250 y 300 prisioneras en cada uno de los dos camarines.
Nos tenían separadas: las que habían sido ya interrogadas y las que no lo habían sido. Los interrogatorios se hacían en el Velódromo del Estadio. Torturaban en forma salvaje. Violaban a muchas de las compañeras, las mujeres volvían con graves hemorragias. Nos sacaban a las 3 de la mañana y pretendían que nos iban a fusilar. Nos aplicaban electricidad en los ojos, los oídos, los genitales.
Aplicaban Penthotal a las compañeras. Usaban todas las formas de aberración sexual. Las amenazaban con las familias. A mí personalmente me quemaron con fierros calientes; todavía tengo las cicatrices. Tenía la vista vendada para que no pudiera ver a mis interrogadores, sino sólo oír sus voces. Me colgaron después de las muñecas, no sé por cuánto tiempo. Me pegaron con una cachiporra de goma. lo que me produjo una hemorragia en la vejiga. Me interrogaron tres veces y siempre con el mismo tratamiento. La primera vez me quemaron, la segunda vez me colgaron y la tercera, me pegaron. Francamente no sé cómo yo y las demás salimos vivas de esto. Tuve que ir al Hospital de campaña cuatro veces a causa de los "interrogatorios". No querían atender a la gente en el hospital de campaña de emergencia que tenían ahí. Cuando la atendían, diagnosticaban las torturas como "ataque al hígado" o "apendicitis".
Pero a pesar de todo esto, no podían humillarnos. Sabíamos que nos estaban haciendo sus víctimas, que no tenían ningún concepto de humanidad.
Vi cómo mataron a patadas a una compañera. La traían de un interrogatorio en el Velódromo, donde había sido terriblemente torturada. La tiraron al suelo y la mataron a patadas. Nosotras estábamos mirando, impotentes, incapaces de hacer nada. Fue un día horrible, el 8 de octubre de 1973, uno de los días en que torturaron más gente y peor que nunca. Los militares se reían y decían que estaban celebrando el aniversario de la muerte del Che Guevara.
Lo primero que hacían con las compañeras jóvenes era desvestirlas y violarlas hasta que no daban más. Hay muchas compañeras que desaparecieron durante los interrogatorios. Preguntábamos y ellos decían que las habían dejado en libertad, pero bajo circunstancias imposibles.
Había también fusilamientos, generalmente alrededor de las 3 de la mañana. Lo sabíamos porque el guardia se ponía muy nervioso y las luces de la cancha estaban encendidas toda la noche y había mucho movimiento. Fusilaban a los prisioneros en grupos de 30 a 50.
Después de un mes y medio, 150 de nosotras fuimos llevadas desde el Estadio hasta la Casa Correccional. Ahí era un poco mejor, un poco menos brutal. Pero no podíamos recibir visitas. A mí me arrestaron en septiembre y no pude ver a mi familia hasta marzo de 1974.
Estuve ahí presa durante nueve meses, sin cargos, sin abogado, sin fiscal, como el resto de las compañeras. Fui dejada en libertad después de más de un año, porque no tenían cargos en mi contra. Pero los militares decían que nosotras estábamos ahí a causa del estado de sitio. Eso no significaba, sin embargo, que el Servicio de Inteligencia Militar (S.I.M.) no viniera a interrogarnos ocasionalmente, o a llevarse a las compañeras y devolverlas medio muertas, o medio vivas.
Muchas compañeras seguían llegando allá: las que habían sido arrestadas en 1974. Venían del Cuartel de Investigaciones, de la Academia de Guerra Aérea, de las casas de tortura de la DINA, de Tejas Verdes, donde se especializaban en torturas increíbles: ponían arañas dentro de las vaginas de las mujeres, y palos y estacas; y objetos romos en los anos. Venían de Villa Grimaldi, una casa de tortura dirigida por la DINA donde se usaba pentotal y electro-shock, donde se colgaba indefinidamente a los prisioneros, de las manos y de los pies. A algunos de los compañeros los encadenan y tienen que acarrear sus cadenas a las sesiones de interrogatorio. Muchos prisioneros han "desaparecido" desde allí, lo mismo que desde Tres Alamos, un campo de concentración en Vicuña Mackenna. Sin hablar de la casa de tortura que tiene la DINA en José Miguel Infante y José Domingo Cañas, la que los militares llaman irónicamente "La venda sexi". Ahí practican todas las aberraciones sexuales imaginables; tienen incluso perros especialmente entrenados para esto.
Pido justicia, justicia para estas compañeras que han sufrido toda clase de torturas, físicas y psicológicas. Estos crímenes deben ser denunciados a través del mundo, para que cada hombre y mujer esté consciente de lo que sucede hoy en Chile, para que nunca se repita... por el bien de Chile y del mundo.

Luz de las Nieves Ayress Moreno
(Relato hecho por esta joven, de 23 años de edad, a sus compañeras de prisión, en la Casa Correccional de Mujeres de Santiago y entregado en la Tercera Sesión de la Comisión por la Federación Democrática Internacional de Mujeres)
Me tomaron prisionera junto a mi papá y mi hermano Tato, de 15 años, en la casa de mi papá. Yo había ido a verlos. Fue un operativo impresionante. Nos trasladaron vendados hasta un lugar de Santiago, no sé adonde, a una de esas casas que tiene el SIM (Servicio de Inteligencia Militar). Me estaban esperando desde las 9 de la mañana. Desde allí me llevaron caminando a la casa donde había otro grupo que también me esperaba desde la misma hora. Allí también había otros detenidos. De ahí fui sacada violentamente, con los ojos vendados y las manos amarradas. Me introdujeron en una camioneta. Fui conducida al lugar que les conté.
Inmediatamente comenzaron el interrogatorio. Me desnudaron (siempre vendada la vista); me sentaron en una silla; me abrieron las piernas y así me amarraron los pies y manos. Me tiraron al suelo donde había mucha agua, sin parar de flagelarme y hacerme toda clase de vejámenes. Entonces me aplicaron corriente en todo el cuerpo, pero especialmente en los senos, ano, ojos, boca, nuca. Como estaba toda mojada la corriente era mucho peor. A la vez me pegaban puñetes en el estómago, bofetadas por todo el cuerpo. Ustedes ven como tengo todo el cuerpo. Luego llamaron a papá y comenzaron a torturarlo delante de mí, para que yo hablara; querían que supiera como le pegaban; le pusieron corriente eléctrica. A la vez me seguían pegando a mí. Yo perdía el conocimiento.
Luego llamaron a mi hermano e hicieron lo mismo con él. Fueron tantas horas; como desde las 3 de la tarde hasta las 9 de la noche, más o menos. Y durante todo ese rato me estuvieron torturando, ya sea sola o con mi papá o mi hermano.
Luego comenzaron a tajearme el cuerpo. Ustedes ven todas las heridas y marcas. Me tiraban brutalmente los pezones y me hacían estos cortes con cuchillo o navajas. Por la vagina me metían sus manos inmundas, los dedos y palos y cosas de metal. Luego nuevamente los golpes eléctricos, siempre vendada, excepto para hacerme mirar las torturas de mi papá y hermano.
A todo esto me volvieron a amarrar, pero de otra manera. Los pies y las manos juntas, y nuevamente me tiraron al suelo, al piso inundado de agua. Luego me atravesaron un fierro entre los pies y manos atados y me colgaron cabeza abajo. En esta posición me introdujeron por el ano una cosa de metal y me aplicaron corriente, a la vez que me balanceaban con toda fuerza. Cuando se cansaron, me obligaron a ponerme de pie, tocándome por todos lados. Eran alrededor de cinco hombres. Me decían que ahora me iban a violar. Nuevamente trajeron a papá y mi hermano. Nos querían obligar a tener relaciones sexuales. Yo gritaba, gritaba aterrada y me desmayaba. No sé cuantes veces perdí el conocimiento. Siguieron golpeándome la cabeza, los oídos. Estoy tan sorda, llena de ruidos en la cabeza.
Me tiraron a un colchón, en el suelo y me violaron. Perdí el conocimiento. No sé cuantos de ellos fueron. Cuando volví a reaccionar, estaba toda sucia, sangraba. ¿Saben? Tengo todos los síntomas de embarazo; me siento tan mal; no me ha venido la menstruación desde enero.
De allí me tuvieron que sacar porque yo estaba muy mal. No sé quién, parece que un médico, me hacía masajes al corazón y respiración artificial, de boca a boca. Perdía el conocimiento constantemente y me fallaba el pulso. Me cuesta coordinar y contarles ordenadamente.
Un día nos sacaron y nos tiraron arriba de un camión, igual que bultos. En ese momento todos pensábamos que nos llevaban para fusilarnos. Eso era lo que nos habían dicho.
Fuimos conducidos al campamento de Tejas Verdes. A mi me encerraron en una casucha de madera, incomunicada. El soldado de guardia, al verme tan enferma, llamó, en la noche, a una enfermera que me dio un calmante. Fui sacada de allí nuevamente, encapuchada, amarrada de las manos. Me encerraron en una celda muy fría (de casa no me habían dejado sacar nada de ropa u otras cosas). Sentía un frío horrible.
En Tejas Verdes fui de las más torturadas, junto con otra señora de cinco meses de embarazo. El doctor del SIM le tocaba el vientre y cuando escuchaba los latidos del feto, les decía que siguieran torturándola, porque el corazón del niño estaba bien. Entonces le echaron cera hirviendo en el vientre. No sé qué querían que dijera. Tampoco sé qué querían que dijera yo. Me acusan de cosas horribles y demenciales, que no he hecho y que nadie jamás ha hecho. Me dieron por muerta. Ustedes son testigos que en esta cárcel también me dieron por muerta. Mamá y todos estaban aterrorizados, pues yo no daba señales de vida durante un mes.
Yo estaba en Tejas Verdes cuando llegaban los médicos y señores de la Cruz Roja Internacional. Nos metían a todos los prisioneros en camiones cerrados y nos escondían en unos bosques. Yo siempre encapuchada. Ahí nos dejaban hasta que las visitas regresaban a Santiago.
Les cuento estas cosas porque como llevan presas mucho más meses que yo, se me ocurre que alguien de ustedes puede salir antes. Todo el mundo debe saber hasta qué punto han llegado.
Creo que en Tejas Verdes murió mucha gente; pero no sé cuántas ni cuántos, ni los nombres. Siempre estaba incomunicada.
A la hora de almuerzo, una paila y una cuchara, sucias. Todo en el suelo, comía como los animales.
Les juro que pedía que me mataran. Con todas las cosas que me habían hecho y me seguían haciendo. Pensaba que mi vida ya no tenía sentido, que me mataban lentamente.
Entre las nuevas torturas que día a día me hacían, me colgaban de los brazos y me suspendían, luego la corriente. Después, colgada de los pies, cabeza abajo. Otros días me acostaban sobre una mesa, me amarraban cada mano y cada pie y me estiraban. Entre tanto me ponían arañas y ratones; los ratones se desesperaban y enterraban sus uñas en mi piel. Entre dos hombres me abrían las piernas y por la vagina me metían ratones. Durante todo ese rato me seguían estirando, con esas cuerdas, hasta que las manos se me helaban y toda la circulación se estrangulaba; más encima me aplicaban corriente. Ustedes ven las manos. Me hicieron revolcarme en excrementos.
Después de un mes se cansaron, supongo. A mi papá y mi hermano los trasladaron al Estadio Chile, y a mi, aquí. No supe dónde me traían. Nunca dicen. Nuevamente pensé que era para fusilarme. Fue una sorpresa llegar a esta cárcel.

Ingrid Sylvia Heitman Ghigliotto
(Copia de la carta dirigida por su marido a la Comisión de Derechos Humanos de la ONU, entregada en la Tercera Sesión de la Comisión por la Federación Democrática Internacional de Mujeres)
Hamilton, 25 de enero de 1975
Comisión de Derechos Humanos
Naciones Unidas Nueva York, N.Y.
Estados Unidos de NA.

En su calidad de defensores de los derechos humanos, me dirijo a Uds. para informarles lo que ha sucedido con mi cónyuge, la Dra. Ingrid Sylvia Heitman Ghigliotto, nacida el 18 de enero de 1950, quien fue arrestada por las actuales autoridades chilenas en su lugar de trabajo, Area Norte de la Universidad de Chile, Escuela de Medicina, Santiago, el 6 de diciembre de 1974.
Durante todo el mes de diciembre se la mantuvo incomunicada, siendo su paradero ignorado por su familia. Actualmente está bajo arresto en Santiago y es probable que haya cargos en su contra.
Por esta razón, les hago saber el ultraje a que mi esposa ha sido sometida y cómo se ha visto forzada a soportar la más absoluta falta de respeto por los derechos mínimos, y una humillación e injusticia tales que ningún ser humano debería recibir:
- Su arresto arbitrario decidido por algún miembro de uno de los cuerpos de las Fuerzas Armadas chilenas;
- Su mantención por más de 20 días en calidad de incomunicada y el haber estado sujeta diariamente a interrogatorios y a tortura psicológica;
- Las búsqueda o la invención de cargos en su contra con el fin de condenarla;
- La falta de o la negativa para proveerla del derecho mínimo de defensa de acuerdo con el sistema regular de defensa en Chile.
Deseo también informar sobre las afrentas y la represión dirigidas contra su familia y amigos, las que se traducen en lo siguiente:
- Se les ha rehusado información, primero en cuanto a su arresto, que fue presenciado por varias personas; segundo, en cuanto a su paradero; y finalmente, en cuanto a su estado físico y mental;
- Se les ha amenazado con represalias contra ella, si ellos divulgan lo que ha sucedido;
- Se les ha engañado sistemáticamente con falsas promesas de su liberación, de que se autorizarían visitas para ella, etc., habiéndose así comprado el silencio de aquellos que la conocemos y la queremos.
Estimo que permanecer en silencio en estas circunstancias es hacerse cómplice de una injusticia internacional. Una vez más se comete un acto en contra de un ser humano que sobrepasa los límites más increíbles de la imaginación. Este suceso requiere, y por lo tanto se los solicito, la intervención de un organismo como el de Uds., un organismo que defiende al ser humano y sus libertades y derechos mínimos.
Les ruego aceptar mis sinceros agradecimientos por cualquier intervención que Uds. pueden llevar a cabo a este respecto.
Con todo respeto,
Federico H. Luchsinger B.
Mi dirección es:
644 Main Street W, Apt. 511
Hamilton, Ontario
L8-1A1- CANADA


Rosa Barrera
(Testimonio escrito entregado a la Tercera Sesión de la Comisión por la Federación Democrática Internacional de Mujeres)
Fui detenida el 8 de julio de 1974, por integrantes del Servicio de Inteligencia de la Fuerza Aérea de Chile, SIFA, los que me llevaron esposada y vendada a la Academia de Guerra de la Fuerza Aérea (AGA), ubicada en las inmediaciones del Arrayán, lugar cercano a la Cordillera. Mi lugar de reclusión allí fue una celda junto a otros once detenidos, todos hombres. Con el pasar de los días pude darme cuenta que estaba en un subterráneo, con celdas contiguas en donde había noventa o más presos políticos.
Todos los detenidos estábamos obligados a permanecer con la vista vendada y esposados desde las 5,30 de la madrugada -en que nos despertaban a culatazos- hasta las once de la noche. A esa hora se nos autorizaba a acostarnos si es que había colchonetas. Para dormir tampoco podíamos sacarnos la venda. El que infringía esta orden, era castigado con un plantón de pie de seis horas, sin comer. No podíamos ir al baño cuando sentíamos necesidad de hacerlo, sino cuando el guardia lo determinaba, el que generalmente actuaba según su capricho. Los servicios higiénicos eran pozos sépticos, seis en total, para una población penal que alcanzaba un promedio de cien detenidos. Eran frecuentes, por tanto, las inundaciones de orines y excrementos, cuyos olores y mosquerío, venía a transformarse en una nueva fuente de tortura. Bañarse en al AGA, era un lujo, ya que el agua permanentemente era cortada. Algunos guardias y sub-oficiales, corriendo un riesgo evidente, nos llevaban a las mujeres a las dos o tres de la madrugada a un baño rápido, baño de agua helada. A esa hora, teníamos que lavarnos el pelo, bañarnos, lavar nuestras prendas interiores, sólo en contados minutos.
El día 28 de julio, alrededor de la cinco de la tarde, siento una mano tocar el número de cartón que llevaba en mi pecho. Un uniformado, poniendo una mano en mi hombro, me dice "vamos". Me guía por un largo pasillo y subo una escalera, de la que alcanzo a contar veintidós peldaños, que conduce a un segundo piso. Me introducen a una habitación y siento una voz que pregunta: "de que partido eras militante." "No era -respondí- soy militante del Partido Comunista." El guardia elevando el tono de su voz, me señala: "¿Qué no sabís, huevona, que el partido comunista no existe?." Acto seguido siento una fuerte bofetada en la cara. "Guardia" -aclara el torturador- "llévate a esta huevona al pasillo".
En el pasillo, permanecí dos días completos, con la vista vendada, esposada, de pie, sin moverme a ningún lado, sin comer y sin dormir. Esos dos días, si bien fueron solamente el anticipo de lo que vendría después, los recuerdo como los más horribles, pues... si el cansancio, el hambre o el sueño me vencían, era rápidamente golpeada. Esos dos días me acompañó una música estridente que hacía más grande el suplicio.
Al segundo día y cuando sentía que mis fuerzas ya estaban agotadas, siento una voz distinta a las demás que me dice: "No desmaye, señora, aguante." Era la voz de un guardia que me aconseja pedir al sub-oficial autorización para ir al baño. "No tema" -aclara- "nada le pasará." Hice lo indicado y en el baño, el guardia me levanta la venda y veo un rostro joven, de un conscripto, que me reitera: "Aguante, señora. Demuéstreles que no les tiene miedo." Acto seguido, saca de entre sus ropas una taza de café y me la da a beber. Me hace caminar por el baño, para desentumir mis pies, posteriormente con un pañuelo mojado me frota las pantorrillas para ayudar a la circulación. Al mojarme el rostro descubro que a mi espalda llevaba un cartel donde se leía "castigada por la fiscalía". Los minutos que permanecí en el baño, fueron sin duda los más reconfortantes para la situación en que me encontraba. Esa mano amiga me llevó nuevamente al sitio inicial de castigo y nunca más lo volví a ver.
Esos dos días, fueron la antesala de lo que vendría después.
Apenas tuve oportunidad de permanecer unas cuantas horas en la pieza, cuando nuevamente me toman y me llevan por el pasillo y subo los veintidós escalones fatídicos. Pero el camino no termina ahí y subo otros veintiocho escalones. Entro a una habitación, cuyo piso lo sentía blando como una especie de colchoneta. Siento que me sacan la venda y me ordenan cerrar los ojos. Encima de ellos ponen una gasa con tela adhesiva y encima un capuchón. Me desnudan, dejándome sólo en calzones y me esposan las manos por atrás. En los segundos que duró esta operación, nadie dijo nada. Un golpe en mi bajo vientre, vino a romper ese tenso silencio. El golpe dado con una fuerza increíble, y con manopla me lanzó contra la muralla la que también estaba cubierta con colchonetas. El dolor me hizo desplomarme, pero nuevos golpes, dados con el fierro en las costillas, estómago, senos, me obligaban a mantenerme de pie.
Cinco minutos, diez minutos, una hora permanecí allí, no los recuerdo, sólo el trauma de la pesadilla que viví en tinieblas. De repente siento que una puerta se abre y una voz ordena. "Ya basta. Vístase, señora." Me pasan a otra habitación. Me piden que me siente. Una voz suave me ruega colaborar con la dictadura. "Créame, señora que siento mucho lo que le ocurre. Pero si nos dice, quien era el enlace que se reunía con usted, la dejamos en libertad inmediatamente." "Yo no se nada, señor" aclaro. Nuevamente siento la voz encolerizada del interrogador que sostiene: "Con ustedes no se puede conversar. ¡Guardia!. ¡Llévesela!." Y vuelvo a las tinieblas del calabozo.
Los días siguientes vuelta a la misma rutina, cambiando eso sí los métodos de tortura. Por ejemplo, uno de los torturadores me amarraba a los pezones de mis senos una lienza y empezaba a tirarlos con un sadismo increíble. Los tiraba hacia el frente con el propósito evidente de arrancarlos de su lugar, otras veces los tiraba hacia los lados, en todas direcciones. El dolor me hacía caer muchas veces desvanecida; pero también entendía que era peor, porque los golpes en cualquier parte del cuerpo me hacían ponerme de pie. Estas sesiones de tortura venían posteriormente acompañadas de un interrogatorio que siempre revestía un hipócrita tono fraternal. "Señora -me decía el interrogador- siento mucho lo que le ocurre. Créame. ¿Quiere fumar? Póngase cómoda. Tranquilícese. Aquí nada le pasará. Por favor, dígame, ¿quién era su enlace? ¿En qué casas se reunían? ¿Quiénes son los miembros de la comisión política? ¿Qué hace fulano de tal? ¿Dónde se encuentra este otro? ¿Dónde imprimen los volantes? ¿Cómo les llega la plata?." Así, un montón de preguntas. A todas ellas, yo respondía invariablemente: "Señor, usted está equivocado conmigo. Yo no sé nada. Soy solamente la secretaria de la senadora Julieta Campusano."
Esta situación se prolongó por once días seguidos, hasta que llegó el 6 de agosto. Ese día, faltando pocos minutos para el mediodía siento la voz de Alfonso Carreño Díaz, militante del Partido, desde la época de González Videla. Me había tocado trabajar con él tiempo atrás, muy amiga de sus hijas, sabía sus condiciones de militante leal.
Por cierto, al igual que la mayoría de los que estábamos en el AGA, Carreño, tampoco podía librarse de las sesiones de "ablandamiento", previas a los interrogatorios. Hacía minutos que lo habían bajado de una de ellas y no podía reprimir el dolor. Sentada a metros de él, sentía su respiración fuerte y profunda. Sus quejidos indicaban que estaba mal. Instantes después, siento como si un globo hubiera reventado y por debajo de la venda, lo miro desplomarse. Un charco de sangre brotó de sus narices y boca. Su rostro estaba pálido. Allí quedó botado unos diez minutos antes que vinieran sub-oficiales a verlo. "Este hombre está mal -dice uno de ellos- hay que llamar un médico." Otros 20 minutos en que llegara el médico y lo viera. Pero ya era tarde.
Carreño ya estaba inconciente. Media hora más tarde que lo viera el médico llegó una camilla y lo trasladaron del lugar. Así salió Alfonso Carreño Díaz, de la Academia de Guerra Aérea. Su estómago completamente destrozado, molido interiormente, aniquilado sádicamente por los asesinos del AGA.
Ese día todos estuvimos tensos y nadie durmió esa noche. Como a las tres de la madrugada, escucho una voz muy conocida por mí. Era el hombre que había dirigido el operativo contra el Partido Comunista, el inspector Cabezas, el segundo hombre del Servicio de Inteligencia de la FACH. Su verdadero nombre se había filtrado entre los detenidos y era Edgar Ceballos. Cuando se de "vuelta la tortilla" tendrá que responder por sus crímenes al pueblo. Este informa a la guardia: "Borre de la lista a Alfonso Carreño Díaz. Se nos fue en el hospital."
Esa noche no pude reprimir las lágrimas y en un estado emocional muy grande escribí con mi uña en la muralla, frente a mi litera: "Dios mío, ayúdame a soportar todo esto." Al despertar a la mañana siguiente, veo la leyenda escrita horas antes y no pude reprimir una sensación de risa, porque no creo en Dios, pero tampoco podía sacarme la idea de mi mente, de que también mis horas estaban contadas. Tenía un desorden horrible en mi cabeza y en esas reflexiones estaba cuando siento una mano que toca el número prendido en mi chaqueta. "Cincuenta y cuatro. Vamos."
Camino los 22 peldaños, después los 28 restantes. Iba nuevamente al tercer piso, a la sala de torturas. Yo no quería subir, pero mis piernas me llevaban inexorablemente a enfrentarme con mis verdugos. Al abrirse la puerta, ya estaba recuperada y dispuesta a esperar lo peor. Otra vez los golpes, la tortura. Nuevamente el interrogatorio, para las mismas preguntas anteriores y las mismas respuestas.
No supe como llegué a mi celda, me sentía muy mal, la cabeza me daba vueltas, sentía por mis piernas correr un líquido caliente. Era la sangre que mojaba incluso mis pies. Pedí ir al baño para lavarme un poco. No había en el AGA, medicamentos ni algodón. Tuve por tanto que recurrir a diarios viejos y a papeles para contener la hemorragia. Así, como pude llegué nuevamente a la celda, pero antes de llegar a la litera, me desplomé.
Recobré el conocimiento gracias a la ayuda de otros presos. Estaba aún fresca la agonía de Alfonso Carreño y éstos gritaron pidiendo ayuda a los guardias. Llegaron militares de alta graduación, los que empezaron a preguntarme si me sentía bien. "Póngase de pie", me ordenaron. Al intentarlo comprobé que el lado derecho de mi cuerpo estaba paralizado. Me cubrieron con un poncho en la cabeza y me trasladaron a un hospital.
En el hospital no querían atenderme. Nadie quería hacerse responsable de mi grave estado. Después de muchos esfuerzos del personal del AGA, éstos lograron que me ingresaran. Desperté en el pabellón de operados y pregunté al médico que es lo que tenía. "Tenía un embarazo de dos meses, mijita" -respondió el doctor. Añadió que tenía una hemiplejia que casi compromete la circulación del corazón. Agregó que todo había pasado y que se me haría tratamiento.
Estuve cinco días en el hospital de la FACH. Un guardia con metralleta en mano, al pie de mi cama, observaba todos los movimientos. Estaba estrictamente incomunicada, no podía hablar con nadie, ni siquiera con los médicos que hacían mis curaciones. Hasta para ocupar la bacinica, debía... hacerlo en presencia del guardia, el que no tenía ni siquiera el tino de volverse cuando esto ocurría. Fui dada de alta al quinto día. El médico al comunicarme la decisión, me dijo: "señora, si de mi dependiera yo la enviaría a su casa a reponerse, pues usted está muy delicada, pero desgraciadamente debo cumplir órdenes y siento decirle que volverá a la Academia."
Así, de nuevo, regresé al AGA. Volví al mundo de tinieblas de la venda, volví al mundo de los ciegos, sin serlo. Volví a los interrogatorios, pero esta vez sin las sesiones previas de "ablandamiento". Seguramente los torturadores sintieron miedo por lo ocurrido a Carreño y a mí. Eso creo yo, me salvó de las torturas, o al menos por el momento, porque después vinieron otro tipo de torturas. Quisieron aniquilarme moralmente.
Por supuesto que la hemorragia continuó sin siquiera recibir un solo medicamento. A fines de septiembre, cuarenta y cinco días después de haber sido ingresada al hospital de la FACH, logré que el fiscal me autorizara a recibir medicamentos y desinfectantes. Durante todo este período no supe de mi familia. Mi compañero me contó después que no se le permitía verme. Siempre se le respondía que estaba incomunicada.
Finalmente un día, el 8 de noviembre de 1974, salí junto a otras cinco mujeres detenidas, del siniestro encierro del AGA, en dirección al campo de concentración de Tres Alamos, que no le iba en zaga al otro en cuanto a la atención de los presos políticos. Cuando traspasé el portón del nuevo penal y vi como una avalancha de mujeres se lanzaba a abrazarnos pensé que había llegado a la gloria. El hecho de estar al aire libre, sin venda, respirar aire puro, caminar, mirar los pájaros, ver los árboles, observar el sol, las estrellas, era para nosotras como volver a la vida. Estar en un pozo cuatro meses, vivir en tinieblas, con prohibición absoluta de hablar. Tres Alamos venía a significar algo así, como volver al mundo real.
Pero los cuatro meses restantes allí, me darían muy pronto otra visión. Las detenidas permanecen allí hacinadas. En barracones individuales, de seis literas, con un hueco libre de medio metro, deben vivir y dormir de nueve a diez mujeres. En literas de 60 centímetros, deben dormir de a dos mujeres. No existe atención médica. La comida es pésima. Porotos al mediodía y agua caliente en la tarde, constituye todo el alimento. Cuando ingresamos en noviembre a Tres Alamos, eramos noventa y cuatro mujeres. Al salir en febrero del año en curso, la población penal había llegado a 134 mujeres. El hacinamiento se había hecho más dramático, salvo que la ración de alimento era la misma. Aún cuando las escuadras de servicio mantienen una limpieza increíble para esas condiciones, la sarna, los hongos y otro tipo de enfermedades infecciosas pululan por el campamento. El estado de promiscuidad obliga permanentemente a desinfectarse la cabeza para no albergar la liendre, el piojo o el chinche.
El día 6 de febrero, se me comunicó mi libertad. Nunca olvidaré la escena que rodeó mi libertad. Las mujeres, cantaban, lloraban, una larga fila me despidió con abrazos, besos y regalos. Mi libertad habría un rayo de esperanzas para el resto que quedaba, algunas detenidas el mismo 11 de septiembre de 1973.
Gracias a la solidaridad internacional y al esfuerzo de los patriotas chilenos, recuperé mi libertad, pero mi llamado no se detiene aquí. Pido al mundo, a la humanidad progresista que nos ayude a rescatar de las mazmorras de la dictadura a cientos de mujeres que aún permanecen en mi país, sufriendo los horrores de una jauría fascista, que tiraniza los nobles sentimientos de los chilenos: la libertad, la democracia y el pan.

Lina Benítez
(Dirigente sindical del Servicio Nacional de Salud de Chile)
Señor Presidente: este relato corresponde a mi propia experiencia personal que, con algunas variaciones, es la misma sufrida por todas mis compañeras de trabajo y miles de mujeres trabajadoras de mi patria. El 21 de septiembre piquetes de aviadores cargados de armas rodearon el hospital "Barros Luco-Truddeau". Oficiales, con lista en mano, recorrieron las distintas dependencias deteniendo a todas las personas que allí aparecíamos. Con ametralladora en mano, los soldados fueron ubicando a las 125 personas detenidas en camiones y buses. Desde allí nos llevaron al cuartel central de la Base Aérea "El Bosque".
Además, me van a disculpar, quiero decir que me llamo Lina Benítez, fui dirigente del hospital "Barros Luco-Truddeau", dirigente de la CUT provincial Santiago. Quiero dejar constancia que en ese sector, departamento "Pedro Aguirre Cerda" de la comuna de San Miguel, denominada la Sierra Maestra, detuvieron a la totalidad de las dirigentes mujeres.
En la base aérea y durante veinte horas, fuimos chequeadas y nos pusieron en posiciones incómodas. Teníamos entre cuatro, cinco compañeras embarazadas, de cuatro y cinco meses. Después fuimos trasladadas al Estadio Nacional. Bueno, la partida al Estadio fue acompañada por el terror y la incertidumbre, ya que el oficial que nos trasladaba nos decía a cada segundo que seríamos fusiladas a las cuatro de la madrugada. En este campo deportivo llegamos con la incertidumbre realmente de no saber qué nos esperaba. Allí, donde habíamos participado en muchos encuentros felices y que ahora fue transformado en campo de concentración. En ese día habíamos quince mil trabajadores, incluidos dirigentes de la UP y sin contar que en todas las unidades de las Fuerzas Armadas a través de Chile habían, estaban nuestros compañeros donde eran torturados y muchos fusilados.
Señoras y señores, quiero decirles que los derechos humanos fueron pisoteados. Yo no conocía al fascismo en su bestialidad directa, en su desprecio por el ser humano, el ultraje, el mal trato, las torturas increíbles a que fui sometida. Fue lo más indignante que pudo ocurrirle a nuestro pueblo. Esto me recuerda los días más tenebrosos de la Segunda Guerra Mundial que por la historia pudimos conocer.
El 30 de septiembre, después de nuestra detención, fui conducida al Velódromo. Todos han escuchado lo que había sucedido a los compañeros en el Velódromo. Nos reunieron a alrededor de sesenta mujeres, en su mayoría dirigentes sindicales, de organismos comunitarios y profesionales. Allí se me desnudó a tirones y luego empezaron los interrogatorios en medio de amenazas e insultos. Se me preguntaba qué número de militantes comunistas había en el hospital, dónde estaban y que diera nombres. En esto último, recrudecían los insultos; como no contestaba, me golpeaban brutalmente y de cada golpe iba a dar al suelo o contra la muralla; gritaban que era bestia, india, porque no cooperaba en dar los nombres de los militantes de la UP que yo conocía en el hospital. En medio de las groserías me empujaron a un rincón donde había un mesón electrificado que usaban en ese mismo momento con una muchacha de catorce años, que realmente estaba desfallecida. Allí me aplicaron la corriente desde los párpados hasta los genitales, mientras mis compañeros de trabajo miraban horrorizados lo que tendrían que sufrir más tarde. Al salir de ese infierno, media trastornada, media incrédula de lo que allí estaba ocurriendo, pensé: no hablé, no di nombres, prefiero morir antes de dar los nombres de mis compañeros en el hospital.
Al dejarme en la puerta de la sala de torturas me recomendaron que no hablara, que cuidadito de contar lo que allí me había ocurrido y que fuera haciendo memoria, porque no iba a ser el único interrogatorio y porque yo sabía mucho y de lo contrario me iban a descuerar delante de mis dos hijos. Eso quería decir, que mis dos muchachos, uno de diez y uno de quince, habían sido detenidos.
El 6 de octubre viví una psicosis las 24 horas del día porque se me llamaba permanentemente. Luego me llevaron encapuchada y con una fuerte vigilancia militar al velódromo. Allí debía sufrir un nuevo interrogatorio. Al llegar a la fatídica pieza del terror, sin preguntar nada, pero nada, me abofetearon, botándome al suelo y a tirones me sacaron nuevamente la ropa, volviendo a las preguntas ya conocidas: ¿dónde están los comunistas?, ¿dónde están las armas?, ¿dónde están los hospitales clandestinos?, agregando que yo era la persona indicada y que yo sabía mucho y que me iban a descuerar si no hablaba. Con la vista vendada no lograba ubicarme; luego me pusieron con las manos en la muralla. Los oficiales, que eran varios, groseramente manosearon mi cuerpo amenazándome e instándome a que diera nombres de compañeros del hospital; respondía con nuevas negativas lo que los hizo montar en cólera y tratarme aún en forma más brutal. Me arrojaron agua al cuerpo, me pasaron unas manillas que al tomar contacto con mis manos me produjeron un terrible schock eléctrico; el choque fue tan intenso que caí desfallecida. Cuando volví en sí, los oficiales trataban de vestirme, me arrastraron hasta la puerta y no lograban sostenerme en pie. De pronto me tomó del brazo un conscripto para ayudarme a caminar, sacándome la venda de los ojos. El muchacho me pasó un cigarrillo encendido y una manzana y con voz baja me dijo: "Animo compañera; ésto no va a ser eterno." Sus ojos estaban llorosos y muy preocupados, porque según él estuve muchas horas dentro, agregando que a pesar de las torturas no les había dado en el gusto de dar nombres de mis compañeros. Me recomendó no tomar agua para no sentir efectos posteriores y luego se deslizó por los pasillos.
Me devolvieron a las 20 horas; físicamente estaba muy mal. Las torturas y la electricidad me habían dañado mucho mi columna y la cadera. A pesar de los dolores, saqué fuerzas de flaqueza y un poco pensando que era dirigente y que temía mucho por las compañeras, que en ese momento no sólo era gente de la Unidad Popular, -había mucha gente independiente, gente demócrata cristiana, mujeres,-dije a mis compañeras que no había sido interrogada, porque ellas todas estaban, impacientes esperando mi regreso.
El día 12 de octubre fui sacada nuevamente encapuchada en un vehículo. Los verdugos no estaban contentos con las torturas a que había sido sometida. Se me interrogó sobre dónde se ocultaban los dirigentes de gremio y del Partido Comunista, dónde funcionaban los policlínicos y hospitales clandestinos, cuántos comunistas trabajaban en esta actividad ilegal, dónde se ocultaban las armas, nombres de los grupos armados, nombres de los dirigentes de la CUT nacional, dónde estaban, qué hacían, dónde estaban los compañeros de la CUT provincial Santiago. Como guardara silencio y me negaba a dar informe alguno de ciertas afirmaciones, los torturadores empezaron a golpearme con pies y manos y luego me sacaron la ropa nuevamente a tirones, volvieron a aplicarme corriente eléctrica, que me hicieron temblar de pies a cabeza y sentí sobre mi cuerpo que me clavaban millones de agujas; perdí la noción del tiempo. Volví, sentada en el velódromo, apoyada por dos conscriptos que me notificaron estar incomunicada y que había sido calificada como una activista peligrosa.
Puedo decirles, señoras y señores, con certeza, que después de estos interrogatorios supe, en ese momento, que podía soportar cualquier cosa, porque sabía que la lucha en ese momento era dura. Ciertamente que pensé en mis dos niños, en mi madre, en el resto de la familia, ¿qué les había ocurrido?. ¿Habían sido detenidos también? Mi madre estaría viviendo horas amargas, igual que el resto de las mujeres de mi patria, sufriendo la amargura de ser detenida o de saber que sus hijos, sus esposos, hermanos, padres habían quedado en el camino o encarcelados?
Realmente, compañeros, en esos momentos, como decía un compañero denantes, se hace un chequeo de todo lo vivido, pero también se piensa en el futuro y se piensa que antes de vender a un compañero, antes de entregar a un compañero dando su nombre, es preferible la muerte. Y en ese momento yo me encontraba en esa situación; sabía que los torturadores, aunque les diera un nombre o aunque les diera cualquier información, ellos estaban dispuestos a matarnos, a destruirnos, porque la verdad es que el desprecio a la clase obrera, el desprecio a la clase como clase, en ese momento se veía retratado en sus rostros y en sus ojos, ese odio que realmente en esos momentos uno lo sopesa, uno se da cuenta. Y en esas circunstancias, ellos estaban dispuestos a todo. Por eso, compañeros, quiero decir aquí, todas las mujeres, hicimos un compromiso de honor que saliendo, todas nos íbamos a poner al servicio de la causa para extirpar para siempre al fascismo.
El 9 de noviembre fui trasladada a la Cárcel de Mujeres. Allí junto con otras mujeres pasamos dos meses más. Luego fui puesta en libertad el 17 de enero del año 1974, es decir estuve cuatro meses, ciento veinte días con todas sus horas, con toda la incertidumbre y, por qué no decirlo, con miedo, porque se nos sacaba a cualquier hora, tres de la mañana, una de la mañana. A veces se nominaban listas y nos sacaban a los patios para asustarnos, para amedrentarnos, porque ese era su plan: asustarnos.
Pero señores de la Comisión, gracias a la solidaridad, al trabajo de ustedes, de todos y de cada uno, yo logré salir ese 17 de Enero. Además quiero decir aquí que, como mujer, como dirigente, acuso a la Junta por las violaciones, por todo lo que aquí se ha dicho. Gracias.

Amy Conger
(Profesora de arte, norteamericana)
Mi nombre es Amy Conger. Yo enseñaba Historia del Arte en la Universidad de Chile, Santiago; enseñé un año y medio antes del golpe y trece meses después. Fui arrestada por la Fuerza Aérea chilena el 11 de octubre de 1974 y mantenida prisionera en la Academia de Guerra de la Fuerza Aérea durante trece días. Soy de nacionalidad norteamericana.
Es importante hacer presente que esta no era la primera vez desde el golpe que yo tenía contacto con los militares chilenos. Inmediatamente después del golpe hubo en Chile rabiosas campañas de xenofobia, y directa o indirectamente a causa de ellas, mi casa fue allanada diez veces, robada dos. Se me ordenó presentarme ante los militares cuatro veces; dos veces fui llevada para ser interrogada y una vez fui mantenida en calidad de rehén. Fui tenida como rehén porque ellos buscaban a mi marido, cuyo único delito era que tenía vencidos tanto el pasaporte como la visa. Y después de todo esto, el sr. Rada, prefecto de Santiago, envió una carta al Consulado norteamericano diciendo que no tenían cargos en mi contra y que yo era libre de quedarme en Chile tanto tiempo como quisiera. Fui arrestada y fichada dos veces. La primera vez me dejaron en libertad porque se dieron cuenta que estaban siendo extremadamente estúpidos y brutales. La segunda vez no se dieron cuenta. Esto puede parecer como un historial aterrador para sólo trece meses, pero es bastante normal hoy en Chile. Esto es lo que la gran mayoría de los chilenos tiene que soportar. Obviamente tenían más sospechas de mí porque yo era extranjera e intelectual. Claramente no era una capitalista interesada en invertir dólares.
Sin embargo, a pesar de que fui golpeada con la culata de una ametralladora ligera y sufrí otras cosas parecidas, fui tratada siempre muchísimo mejor que a los prisioneros chilenos. Quiero poner énfasis en esto. Se me dio lo que ellos llaman "un tratamiento altamente preferencial".
Mi último arresto ocurrió el 11 de Octubre de 1974, alrededor de las 7 de la tarde. Me había estacionado recién al frente de mi casa, en Los Leones. Estaba conmigo un muchacho de 18 años. Yo soy su cuidadora legal, ya que su madre está en la cárcel. Cuatro hombres en ropas de civil corrieron hacia el auto con metralletas y las introdujeron por las ventanillas. Uno de ellos gritó: "¡No se mueva!." Otro gritó: "¡Arriba las manos!." Hubiera querido que se decidieran: si pongo las manos arriba, me van a disparar por desobedecer las órdenes; si no, de todas maneras estoy desobedeciendo órdenes; puede que me disparen de todos modos.
Así es que me sacaron a tirones del auto y me esposaron con unas esposas para niños. Me quedaban muy apretadas y perdieron la llave. Perdí el nervio del pulgar izquierdo. Estaban terriblemente excitados, "acelerados", como si estuvieran drogados. Pusieron las metralletas en el asiento y me empujaron con los cañones. Me hicieron subir la escalera a empellones, usándome como escudo para protegerse, gritándome, amenazándome todo el tiempo con que me dispararían. Realmente no me explico por qué no lo hicieron en su furia.
Cuando entraron finalmente a la casa, descubrieron que no había armas allí, y que no había extremistas. Me empujaron escaleras abajo hacia el auto. Partimos y, en el camino, trataron de sacarme el sweater, pero era imposible, ya que estaba esposada. De modo que me llevaron con el busto desnudo a través de Santiago. Me habían vendado y así permanecí durante trece días.
Mientras íbamos en el auto hacia la Academia, el hombre que estaba a mi derecha le gritó al chofer: "¿Nos sigue alguien?, ¿nos sigue alguien?" (Son incapaces de decir las cosas una sola vez.) El chofer contestó: "No creo", "no creo". El otro replicó: "Tenemos que asegurarnos. Da vueltas aquí." Así es que giraron hacia un pequeño camino lateral y se detuvieron a ver si alguien los venía siguiendo. Seguimos el viaje.
Me trajeron a la Academia de Guerra de la Fuerza Aérea, donde comenzaron con el primero de los largos y agotadores interrogatorios. Este duró alrededor de seis horas. Algunos de ellos hablaban un lindo "inglés-americano" y les encantaba interrogarme en ese "inglés-americano". Descubrí que muchos se habían entrenado en la Fuerza Aérea norteamericana, en Colorado y en Florida. Algunos fumaban cigarrillos americanos, Kools, una marca que no se puede conseguir en Santiago ni siquiera en el mercado negro. Manifestaban un odio impresionante en contra de los Estados Unidos y en contra del pueblo norteamericano. Eran extremadamente xenófobos. Me gritaban lo estúpidos, lo egoístas, lo ególatras que eran los norteamericanos. Pensaban que habían sido traicionados de mala manera por los norteamericanos... ¡como si no hubieran recibido suficiente ayuda!
Los interrogatorios comenzaban siempre con la misma pregunta: "¿Qué tienes que decir ahora?." Y yo contestaba siempre con la misma respuesta: "Quiero llamar al Consulado norteamericano." Esto los ponía furiosos; se sentían provocados por la sola mención del Consulado norteamericano.
Las preguntas que repetían más frecuentemente eran : "¿Quién es tu amante?"; "¿Qué problemas ginecológicos tienes?"; "¿Con quién convives ahora?". Me mostraban fotos de gente que no había visto nunca antes. Una vez me llevaron incluso a una persona. Me dijeron que se suponía que yo lo conocía. Yo dije que no lo había visto nunca antes. Quizás no lo reconocí; quizás había cambiado mucho; sus ojos estaban cubiertos por una venda. Realmente creo que no lo conocía. Me dieron los nombres de mucha gente, pero yo no los reconocí.
El Comandante Ceballos estaba a cargo de mi caso. Era el peor de los interrogadores. Tenía su propio estilo, siempre gritando: "Estás mintiendo; sé que estás mintiendo." "Puedo probar que estás mintiendo." Yo contestaba: "No estoy mintiendo." Sintiéndose provocado, gritaba entonces: "Sé que estás mintiendo. Puedo probar que estás mintiendo. Tengo razón y nunca me he equivocado." La otra cosa que me repetían constantemente era: "No sabes quiénes somos; no sabes dónde estás y no vamos a llamar al Consulado." "Tú no sabes..."
Una vez, Ceballos me tiró sobre una cama y empezó a amenazarme con violarme. Me di cuenta que hablaba en serio y también me di cuenta que estaba muy, muy enfermo. Por ello, tuve la sensación de que no debía provocarlo. No dije nada. No me agité. No grité. Perdió interés y creo que por eso no siguió adelante con su propósito.
Me tiraron escaleras abajo. Hoy niegan que haya escaleras en la Academia de Guerra.
Torturaban a la gente al lado mío. Traían a una persona a mi lado, tan cerca que podría haberla tocado, y la empezaban a torturar, de modo que yo pudiera compartir el sufrimiento de ella; con el fin de que yo supiera lo que me iba a pasar, lo que me esperaba.
Me hacían estar de pie durante largos períodos de tiempo. Después me pasaban un banquito, pero no me dejaban dormir; si trataba de hacerlo, me despertaban. Esta es una forma de castigo terriblemente destructiva.
Parece que es una política general el privar a los prisioneros de sueño, comida y agua. En mi caso, esto sucedió sólo durante cuatro días. Para los chilenos, siete cías, diez días. Lo sé porque los oía llorar al lado mío. Me tenían en una piececita especial, porque no estaba solamente bajo aislamiento, sino que bajo aislamiento estricto. Como había ahí una mesa, traían a los prisioneros y los sentaban. El prisionero empezaba a rogar: "¡Pero llevo ya siete días! ¡No he comido durante siete días!; ¡no he dormido durante siete días! ¡Déme un poco de agua!. Los oficiales contestaban: "No, no te vamos a dar agua, no hasta que escribas una confesión que nos guste.". El prisionero replicaba: "Denme agua. ¡No he tomado agua desde hace siete días! ¡Déjenme dormir!". Ellos contestaban: "No, hasta que escribas una confesión que nos guste.". Entonces se iban dejando a la persona sentada allí, la que invariablemente se dormía. Ellos volvían, la despertaban y empezaban a golpearla. Entonces el prisionero empezaba a escribir. También había prisioneros que se quejaban de estar ya diez días en esas condiciones.
Parecían haber encontrado que ésta era una técnica efectiva para extraer confesiones. Sin embargo, parece que las confesiones eran en su mayoría inútiles. Por ejemplo, el muchacho de 18 años que fue arrestado junto conmigo, escribió finalmente una de estas confesiones. Lo habían golpeado tanto que él estaba dispuesto a decir o a hacer cualquier cosa para sacárselos de encima. El mencionó a un doctor. Los militares fueron a la casa de este doctor, encontraron allí tres frascos de tranquilizantes y le arrestaron. Parece que el doctor está todavía detenido. Están convencidos, por lo de los tres frascos de tranquilizantes, que él estaba a cargo de una clínica clandestina.
Vi a una persona que venía llegando de un viaje a la DINA. Yo estaba con la vista vendada, pero había aprendido a mirar por un lado. Este muchacho tenía una larga incisión en su brazo izquierdo, de más o menos cinco pulgadas, abierta y sin tratar. Estaba blanco, blanco, blanco, de un blanco como si Uds. no hubieran visto nunca antes el color blanco... a causa de la pérdida de sangre. Tenía marcas de todos colores en su pecho: rojas, negras, azules, amarillas.
Vi a otra persona caer inconsciente en el suelo, después de haber estado de pie, esposado, durante cuatro días. Un soldado se acercó a él, lo pescó de las esposas, como a una maleta, lo arrastró por el suelo, lo levantó y lo tiró contra una muralla. El se volvió a caer. El soldado repitió esto tres veces, hasta que se dio cuenta que estaba perdiendo su esfuerzo.
Durante las noches escuchaba gritos largos y angustiosos.
Vi a otro prisionero a quien le habían quebrado una pierna durante una sesión de torturas. Otro tenía rota una vértebra de la columna y no había recibido tratamiento médico; estaba con dolores terribles y no podía dormir. Recordaba haber oído a Pinochet en la radio sólo una semana antes, asegurando al mundo que en Chile no existía la tortura.
Había alrededor de sesenta personas en el hall de abajo de la Academia; de ellas sólo tres eran mujeres. Para todos estos prisioneros había solamente alrededor de 15 minutos diarios de agua corriente. El baño estaba hasta la altura de la pantorrilla con pedazos de diario que habían sido usados como papel toilet. Los excusados estaban llenos hasta el borde con moscas, excrementos y enormes cantidades de sangre, que posiblemente provenía de hemorragias internas. Yo contraje un flujo vaginal a causa de las inmundas condiciones sanitarias. Nunca creí que eso fuera posible, pero lo es.
En el duodécimo día de mi arresto empezaron a aumentar la presión; más interrogatorios largos. Aunque uno de los cinco oficiales presentes concluyó que yo no era culpable de nada, él no estaba a cargo de mi caso. Ceballos estaba convencido que yo era extremadamente peligrosa y Ceballos nunca se equivoca... o al menos así lo cree él.
Posteriormente supe que en el duodécimo día el Cónsul norteamericano había empezado a preguntar por mí. Posiblemente por eso aumentó la presión.
Finalmente me dieron una alternativa; sería enviada inmediatamente a la DINA, lo que significaba electro-shock, simulacro de asfixia por inmersión en excrementos, estiramiento por cuerdas y drogas experimentales, para ir después ante un tribunal militar donde recibiría una sentencia de treinta años; o podía escribir una confesión que justificara sus acciones ante el Consulado norteamericano y ante el mundo y entonces sería expulsada del país. La posibilidad de inocencia no se consideraba. Empecé a escribir. Incluí todas las acusaciones que me habían hecho e inventé otras cosas para llenar los vacíos.
Al décimo tercer día, alrededor de las cinco de la tarde, llegó el Cónsul norteamericano y me presentó por su nombre a Ceballos y a Oteíza, que habían hecho hasta entonces un tremendo esfuerzo por ocultarme su identidad. Fue grotesco.
El sr. Purdy -el Cónsul-, me preguntó cómo estaba. Cuando empecé a describir mis experiencias, miré la cara de Oteíza y vi que estaba terriblemente enojado, amenazante; y recordé que mi libertad no estaba asegurada y que posiblemente, si seguía hablando, lo iba a pagar. Ceballos decidió que todavía no había terminado conmigo, así es que Mr. Purdy me dejó allí durante un par de horas más. Volvió más tarde. Uno de los problemas era que yo tenía que estar bajo vigilancia de la Embajada hasta que pudiera pagar mis impuestos y abandonar el país. Nadie puede abandonar el país sin pagar primero los impuestos. Purdy me explicó que, desgraciadamente, su suegra estaba en la casa, de modo que yo no me podía quedar allá. Como él no sabía dónde podía yo pasar la noche, me preguntó si me importaría estar otra noche más en la Academia. Lo miré, miré a Oteíza y pensé... Finalmente le contesté: "¿Sabe, Mr. Purdy? Aquí no es exactamente como estar en el hogar." Entendió, hizo una llamada telefónica y me encontró un lugar donde dormir.
Los militares chilenos me prohibieron que fuera a cualquier país en el cono Sur de Latinoamérica, esto es, Argentina, donde vive mi marido, Perú, Uruguay, Paraguay, Bolivia. Me dijeron que no debía parar por lo menos hasta Venezuela.
El Ministerio de Defensa chileno mandó posteriormente un informe al Gobierno norteamericano. En uno de los párrafos decía: "Aunque la sra. Conger fue dejada en libertad por no haber cargos suficientes..." Más adelante se lee: "Puede también establecerse que la sra. Conger está absolutamente comprometida con el marxismo internacional y que ella desempeñaba en Chile actividades ilegales en apoyo del aparato militar del M.I.R., y que ella está actualmente trabajando en los Estados Unidos en favor del bloque soviético." En otro punto dice: "...su declaración fue preparada por ella con el fin de que fuera usada en la campaña antichilena emprendida por el marxismo internacional. El propósito de esa declaración tan divulgada podría ser el promover un bloqueo o neutralización de nuestro país, o el causar una retención de los fondos de ayuda en el Senado de Estados Unidos, o el influir en los acontecimientos en el campo diplomático."
Después de sólo trece días fui liberada. El nervio del pulgar de mi mano izquierda estaba cortado, tenía flujos vaginales. Estaba moreteada, inmunda, de mal olor, muy deshidratada y con los niveles de colesterol o proteínas anormalmente bajos. Uds. deben tener presente que esto es después de sólo trece días. Hay gente que ha estado en la Academia durante diez meses o doce meses ahora. Perdí once libras en trece días. ¿Cuánto se pierde en doce meses?

Angela Jeria
(Viuda del General de Aviación Alberto Bachelet)
El viernes 10 de enero de 1975 agentes de la DINA (Dirección de Inteligencia Nacional) se presentaron en nuestro domicilio en Santiago con una orden de allanamiento a nuestro departamento y de detención contra mi hija Michele y yo.
No se nos permitió llamar por teléfono para avisar a nuestros familiares pero felizmente para nosotras, se encontraban en ese momento en nuestro departamento mis dos nietos, de 6 y 5 años de edad, quienes estaban de visita en Chile con su madre.
Les expliqué a los agentes de la DINA que estos niños eran ciudadanos australianos y que me permitieran llamar a mi nuera para que los viniera a buscar. A través de ella fue posible que nuestros familiares supieran lo sucedido.
Fuimos trasladadas en auto a un lugar en Peñalolén donde funciona un centro de torturas (Villa Grimaldi, altura del 8.000 de la calle Arrieta). Se nos colocó papel engomado en los ojos y anteojos oscuros.
No se nos permitió llevar nada cuando salimos del departamento, salvo la ropa que llevábamos puesta y nuestras carteras, pues según se nos dijo se trataba de una declaración que tomaría poco tiempo y que nuestra detención se debía a que habíamos sido mencionadas en interrogatorios efectuados a algunos detenidos.
En el centro de torturas fuimos sometidas a violentos interrogatorios en los que el cargo principal era tener contactos con la resistencia y haber entregado a la izquierda chilena todos los antecedentes sobre el proceso seguido contra los oficiales y suboficiales de la Fuerza Aérea de Chile, cargos que no negué haciendo hincapié que se trataba de un proceso público cuyo conocimiento era importante para demostrar la arbitrariedad, aberración e injusticias cometidas especialmente en lo que se refería a mi marido el General Alberto Bachelet M.
En conocimiento de la casi total autonomía que goza la DINA insistí en que no hablaría una sola palabra más sin la presencia de mi abogado y exigí se informara de nuestra detención al General Leigh y al General Berdichewsky. Inexplicablemente ésto pareció desconcertarlos y procedieron a llamar al General Leigh quien al parecer ya estaba en conocimiento de lo sucedido.
Después nos separaron a mi hija y a mí y no tuve más noticias de ella hasta el martes siguiente, cinco días después. Como a las 22 horas una persona a la que llamaban Pablo me sacó violentamente del lugar donde me habían dejado sentada y me condujo por un camino de tierra y piedras, obligándome a andar rápidamente, a pesar de tener la vista tapada, diciéndome que saltara y me agachara más y más. Me di cuenta que sólo trataba de asustarme y colocarme en actitudes ridículas por lo que le expresé que sólo lo haría si él hacía lo mismo y que conocía esas prácticas por experiencias sufridas por mi marido. Eso lo molestó bastante y después de una discusión no insistió en ello.
Me condujo finalmente a presencia de una persona que se autodenominó "Coronel" y quien me sometió a un nuevo interrogatorio y careo con otros detenidos, todos vendados también. Fue un interrogatorio largo, tendiente a quebrar psicológicamente, mediante amedrantamiento, burlas, gritos y amenazas. Al no conseguir su objetivo cambió de táctica tratando de hacerme confesar lo que él quería, pero con tono amable. Finalmente cerca de las 24 horas, creo yo, volvió a amenazarme diciendo que en ese lugar tenían métodos científicos para hacer hablar, no como los burdos métodos de la Academia de Guerra Aérea, y que aquí todo el mundo hablaba. Me amenazó con torturas a mi hija y a mí y me aconsejó que la convenciera para que confesara su supuesta conexión con la izquierda.
Me entregó luego al cuidado de unos guardias quienes me quitaron el papel engomado y me colocaron una venda sucia con la indicación que no podía sacármela en ningún momento, ni siquiera para dormir, bajo amenaza de malos tratos.
Me condujeron luego hasta mi celda, una pieza de 1,80 m por 1,20 m más o menos, donde había un camarote de fierro, un colchón y una frazada. Esta pieza no tenía ventanas y por lo tanto era como un cajón sin luz ni ventilación, en ella permanecí durante cinco días totalmente a oscuras y sola.
Me llevaban un pequeño tarro de café y un pan duro a las 8:00 a.m. Alrededor de las 16 horas, almuerzo. Me parece que se les olvidaba que yo existía porque a veces me llevaban un plato de comida como a las 11 de la noche. Debido a que durante un día completo no me llevaron al baño y después sólo cuando se les antojaba, no me atrevía a comer y además, por razones obvias, casi no comía pues en esas condiciones no se siente deseos de hacerlo.
El día lunes me trasladaron por algunas horas a una bodega, donde me dejaron sentada en una silla. Supe después que esa era una de las piezas de tortura eléctrica. Esa bodega quedaba al lado de partes donde se hacían muchos de los interrogatorios. A través de las junturas de las tablas pude observar sus brutales procedimientos de interrogación y su tratamiento soez y obsceno. Constantemente, especialmente en las noches, se oían los gritos, ahogados por toallas que introducían en la boca, de las mujeres y hombres torturados en lo que ellos llamaban "la parrilla eléctrica". Se trata de un somier metálico en el que los detenidos son amarrados desnudos, piernas y manos abiertas y donde se les aplica electricidad por todas partes del cuerpo. La primera vez que oí los gritos creí que se trataba de perros o gatos heridos.
En este centro de tortura no hay agua potable, por lo que las condiciones higiénicas son espantosas. Lo único que pude obtener para lavarme en esos cinco días fue mojar el pañuelo en un agua oscura que había en un tarro en el baño y el último día, en que uno de los guardias me facilitó un poco de agua.
Desde la bodega podía ver a los detenidos. Los que llevan días y meses allí tienen un aspecto lamentable. No es posible conocer cuál es el color original de su ropa, se ven sucios, malolientes, constantemente engrillados y vendados.
Al quinto día me sacaron a un nuevo interrogatorio en el que mantuve mi declaración inicial. No insistieron en nuevas acusaciones y su actitud era distinta. Trataban de parecer amables y se disculpaban por las malas condiciones higiénicas del lugar. Todo ello producía gran indignación pues los que pretendían ser amables debían ser los mismos a quienes yo había visto tratar tan brutalmente a los detenidos.
Terminada mi declaración se me informó que me trasladarían a otro lugar en donde estaría en mejores condiciones. Les insistí en mi decisión de no moverme de allí si no era en compañía de mi hija. Me dieron seguridad de ello y por primera vez me permitieron cambiar unas palabras con ella, sin vernos, pues ambas seguíamos vendadas.
Ese mismo día, alrededor de las 10 de la noche nos trasladaron, junto a otras dos detenidas, ambas menores de 18 años, al pabellón de incomunicados de Tres Alamos, conocido como Cuatro Alamos. Allí se nos sacó la venda y fuimos conducidas a piezas distintas. A mi hija Michele sólo la volví a ver 4 días después en que me llevaron a la oficina del jefe para informarme que ella quedaba en libertad sin cargos, después de 9 días de incomunicación y sujeta a malos tratos. Sólo ahí pude abrazarla y ver que estaba bien.
En ese pabellón de incomunicados permanecí en compañía de otras detenidas hasta el 30 de enero.
Las condiciones ambientales eran mejores pero seguía siendo una cárcel. La habitación de 2,50 m X 2,50 m con capacidad para 4 personas, pues sólo había dos camarotes, la ocupaban 8 y a veces más personas. El calor era insoportable en esta época del año.
El ánimo de los detenidos es admirable a pesar de que se vive en constante temor. En cualquier momento sacan a una persona y la llevan nuevamente a interrogatorios a "la venda", nombre que se le da al centro de tortura de donde veníamos.
Aquí cada una de las detenidas contaba su historia, una suma de cuadros de horror y brutalidad. En mi pieza estaba Linda L. de 26 años quien fue detenida junto a su marido y a su hijito de 6 meses, mongólico. El niño permaneció 12 días en ese lugar hasta que fue entregado a una tía. El día de mi salida hacía una semana que habían llevado nuevamente a Linda a La Venda y aun no había vuelto. Otra de las detenidas era una señora cuyo único cargo era ser madre de un muchacho mirista. Había sido golpeada y obligada a presenciar las torturas de su marido para obligarlos a decir el paradero de su hijo. Estaba allí desde el 10 de diciembre. Tres de las personas que estaban conmigo habían sido detenidas el 31 de diciembre. Dos de ellas embarazadas, Lucrecia de 7½ meses y Paty de 8½ meses. Esta última, junto a otra detenida soltera, Elena, fueron violadas la noche del 31 de diciembre, por el personal de guardia de La Venda quienes estaban totalmente ebrios.
Isabel de 18 años fue colocada en la parrilla eléctrica hasta casi perder el conocimiento. Posteriormente fue besada y manoseada en forma asquerosa por sus mismos torturadores. En las noches se despertaba gritando. Mónica de 17 años mostraba en sus tobillos y muñecas las marcas de la electricidad. Después de ser torturada permaneció 2 días sin poder hablar. A mi hija Michele le tocó atenderlas pues estaban juntas en "La Venda".
Sonia era otra compañera de celda. Llevaba 10 días incomunicada sin que la hubieran interrogado y sin saber el porqué de su detención.
Todos los detenidos coinciden que el peor de los torturadores es el conocido como el Comandante Romo, un hombre repulsivo y pervertido sexual.
En Cuatro Alamos se me informó que en "La Venda" habían asesinado a Lumi Videla, a su marido Sergio Pérez y había sido torturado el hijo de ambos de sólo 4½ años de edad.
El día 28 de enero me trasladaron a la pieza donde se encontraba Laurita Allende y otra compañera, Beatriz de 21 años. Fue una gran alegría ver c Laurita, conversar con ella y apreciar su gran espíritu de lucha a pesar de su salud bastante quebrantada y de llevar en ese momento 88 días de incomunicación. Beatriz también había sido colocada en la parrilla eléctrica y duramente golpeada.
El día 30 de enero, a las 6 de la tarde fui sacada apresuradamente de Cuatro Alamos y conducida sin ninguna explicación al edificio de Identificaciones en donde se me dejó en manos del personal de Interpol. Ahí se me comunicó que estaba expulsada del país y que viajaría al día siguiente.
Esa noche debí permanecer en las celdas de Investigaciones en un subterráneo donde llegan todos los delincuentes comunes y las prostitutas. Los guardias se compadecieron de mí y me colocaron en una pieza sola y a medianoche me facilitaron una frazada. Al día siguiente la familia me hizo llegar un maletín con ropa y esa fue la primera vez, después de 21 días, que pude ponerme ropa limpia.
Desearía haber podido transmitirles a través de estas apresuradas líneas todo el ambiente de horror, angustia y tensión que se vive en esos centros de detención, pero quizás como un mecanismo de autodefensa, uno inconscientemente se niega a revivirlos.
Pero eso sí, puedo asegurarles, se tiene la certeza que nuestra lucha es la justa y que no se puede escatimar esfuerzos para lograr que se restablezcan los derechos humanos en Chile, tan brutalmente violados por la Junta militar.

Elba Vergara
(Ex secretaria del Presidente Salvador Allende)
Mi nombre es Elba Vergara. Fui secretaria de Salvador Allende durante muchos años. Soy militante del Partido Socialista. Tengo 51 años.
El 2 de agosto de 1974, es decir, casi once meses después del golpe, fui arrestada por esa siniestra y nefasta organización llamada DINA. Llegaron a mi casa por lo menos quince hombres, todos fuertemente armados. Debo hacer presente que ya habían "allanado" mi casa dieciocho veces. ¿Cuáles eran los cargos concretos que había en mi contra? Haber sido la secretaria del Presidente Allende. Otro cargo: mi hija había sido secretaria del Ministro de Relaciones Exteriores durante los últimos tres años.
Me sacaron violentamente de la casa, sin nada más que el pijama que en ese momento estaba usando. Me llevaron en auto a ver el primer espectáculo. Una compañera vivía cerca de allí, en un edificio de departamentos, con su hijo de tres años. Sostuvieron al niño para que yo lo viera, de sus piececitos, colgando del balcón del piso 19., para tirarlo abajo en caso de que yo no cantara la canción apropiada, según me dijeron. La muchacha, la madre, que estaba ahí, les dijo: "¡Bótenlo, suéltenlo!". Estuvieron seguros entonces que aún cuando ella supiera algo, o yo, nada escaparía de nuestros labios. No la arrestaron.
Entonces, para seguridad, me pusieron tela adhesiva sobre los ojos. Nos fuimos en el auto. Me sacaron de él a tirones; me hicieron subir unas escaleras y me sentaron en una silla. Me amarraron otra venda sobre la que ya tenía en los ojos. Permanecía en esa misma silla durante cuatro días y cuatro noches. Me ofrecieron tres veces café; me llevaron tres veces al baño.
Fui testigo de todo lo que se ha descrito ante este tribunal, de todo lo que la DINA hace a los prisioneros. ¡Esos gritos que parecen provenir de animales! Oí violar mujeres a mis propios pies. Finalmente ordenaron que se me llevara a una pieza. En esta pieza había un catre y me hicieron sentarme y estirar las piernas. Sentí un bulto al lado mío. Sabía que era otra persona. Me di cuenta que había más gente. Me quedé callada. De repente, una mano tomó la mía; era una mano de mujer. Me volvió a tomar la mano y yo no respondí. En esos momentos uno pesa
todo lo que sucede. Entonces me di cuenta que el bulto se movía hacia mí y que me hablaba al oído. Y me llamaba por mi nombre. Y se identificaba. ¡Sentí un alivio inmenso! Era una amiga mía y una compañera. Había estado allí quince días. Me explicó con voz calmada todo lo que le habían hecho. Me dio instrucciones para que resistiera lo que me estaba esperando. ...Pasó ese día completo.
Me sacaron para el primer interrogatorio. Fui interrogada por primera vez durante siete horas. Y así durante tres días. Al octavo día, me dijeron: "Tú, tú eres muy dura; te vamos a llevar al teatro, porque aquí tenemos un teatro y lo llamamos "El Cuartito Azul". Me llevaron a esa pieza. Me sacaron la venda de los ojos. Era un cuarto a media luz. Un cuarto con dos ampolletas azules.
Entraron tres o cuatro hombres encapuchados. Dijeron: "¡Traigan al actor!", y trajeron una camilla con un bulto sobre ella, cubierto con una frazada. "Tome asiento. Va a ver aquí una representación por un mal actor. Un actor que ha olvidado el rol que tenía que representar y Ud. va a tener que ayudarle a que recuerde". Descubrieron el cuerpo, que estaba desnudo, completamente morado. Ya no tenía pies. "Acerqúese; mírelo; Ud. lo conoce. Y puesto que Ud. lo conoce, Ud. debería recordar lo que a él se le ha olvidado".
Efectivamente, lo conocía. Era un muchacho de 26 años; ya casi no podía hablar. Eso está mal dicho. Ya casi no podía gritar. Dijeron: "Y, ¿lo conoce?" "No, no lo conozco."
"¡Cómo puede decir que no lo conoce! Es socialista. Es el chófer de fulano de tal."
"No lo conozco."
"Ya que dice que no lo conoce, veamos si no lo conoce."
Le tomaron una mano; le arrancaron las uñas. Seguí insistiendo que no lo conocía. Le arrancaron la última oreja que le quedaba. Le cortaron la lengua. Le vaciaron un ojo. Ahí murió.
Esta representación teatral duró, me imagino, tres horas. Podría haber sido mi hijo. El hijo de cualquier madre del mundo. Alguien con quien uno había estado hacía veinte días, que estaba sano y bueno... y lo matan delante de uno. Es quizás más duro que cualquier tortura física que le puedan hacer a uno personalmente.
Trajeron a otro compañero, a quien también conocía. Hicieron prácticamente lo mismo con el segundo. Excepto que estuve allí alrededor de cinco horas viendo cómo lo mataban. Estas son cosas que se recuerdan para siempre.
Todo esto es parte de la tortura sicológica. Hace las cosas más fáciles para . ellos. La han perfeccionado bastante bien.
Al final de la representación tuvimos que ir a la Boite. Y allí encontré a las compañeras, incluyendo a mi amiga. Bailaban desnudas, dopadas, drogadas. ¿Qué edad tenían? Mi amiga, 40 años. Las otras, 17, 16. Me dijeron que eran lesbianas. Describieron una historia de completo lesbianismo. Después, las violaron.
Un día dijeron que me iban a poner en libertad, porque pensaban que realmente yo no era culpable. Me pidieron que le dijera al mundo que no me habían tocado. ¡Pero lo que me habían hecho! Es mucho peor. Me dijeron que tampoco mis derechos humanos habían sido violados. Cuando le dije al jefe, que se llamaba Javier Palacios, que esta era una flagrante violación de los derechos humanos, me dijo: "No... no...", que los derechos humanos eran abrogados sólo cuando se cometía daño físico, porque entonces se podían ver las cicatrices. Pero cuando están dentro, no son importantes.
Quiero contar a la Comisión acerca de una de las muchachas que está allí, que tiene cinco meses de embarazo. La mandaron desde el Regimiento Tacna al centro de tortura que yo conocí. Cada vez que se despertaba, en su locura, porque ella ya estaba loca de tantas cosas, lo único que quería era que naciera su hijo para poderlo matar.
Pero también quiero decir, especialmente a las mujeres que están aquí, que las mujeres chilenas con quienes tuve la ocasión de estar, bajo esas condiciones, ¡cuan heroicas eran! El fascismo no durará en Chile, por la voluntad de las mujeres, pero no sólo de las mujeres de Chile, sino del mundo entero. El 8 de marzo celebraremos el Día Internacional de la Mujer, y las dos cosas que las mujeres más queremos, amor y humanidad, volverán algún día a Chile.

Ana María Morgado Rubilar
(Viuda de Patricio Weitzel, dirigente del Partido Radical, asesinado por la Junta)
Yo, Ana María Morgado Rubilar, chilena, 25 años, militante radical, madre de tres hijos, viuda, refugiada política en Suecia, quiero dar a conocer mi realidad para así, a través de ella, dar a conocer cuál es la verdad del fascismo en mi patria.
La muerte ha tocado mi hogar, y es por ello mi responsabilidad como mujer, como madre, como patriota, luchar por las miles de esposas y madres que han vivido y continúan viviendo semejantes situaciones en mi país.
Con mi relato no pido lágrimas ni compasión. Sólo hago un llamado a la conciencia de ustedes y solicito que ella se traduzca en aportes concretos que lleven al restablecimiento de la democracia, la justicia y el respeto a los derechos humanos en Chile.
Mi relato consta de tres partes: la detención de mi esposo, la búsqueda y encuentro de su cadáver y la detención, torturas y vejámenes sufridos personalmente.
El 18 de septiembre de 1973, mi marido, Patricio Weitzel Pérez, se presentó al cuartel de investigaciones por haber sido requerido públicamente por un bando militar. Se le acusó de haber participado en el asalto a la emisora "Los Héroes" de Chillan, hecho ocurrido en agosto del mismo año. A pesar de la violencia con que se le trató, en interrogatorios que duraron ocho días, fue declarado inocente de dicha acusación y puesto en libertad el día 25 de septiembre. Ya en la casa, me contó que había sido interrogado en la Fiscalía Militar, en presencia del secretario general de Patria y Libertad de Chillan, de apellido Cox, y de otros miembros de este siniestro grupo. En presencia de ellos fue desnudado, amarrado y colgado de los pies con la cabeza hacia abajo. Lo mojaban, para luego aplicarle corriente eléctrica principalmente en los órganos genitales. Muchas veces fue atado e introducido en un tarro de lata. Allí era golpeado con la culata de los fusiles hasta hacerlo desfallecer de dolor. Una noche lo encapucharon y lo sacaron a un patio donde le informaron que sería fusilado. Le dijeron que debía escribir una carta a su mujer y despedirse en ella de sus hijos, pues había llegado su fin. La comedia terminó cuando, al momento de disparar, recibió un culatazo que le produjo una larga inconciencia. Cuando reaccionó estaba en la Cárcel Pública. Al día siguiente, el octavo de su detención, un Ministro de Corte en visita lo puso en libertad incondicional por falta de méritos.
El día 1o de octubre, mientras se recuperaba de las torturas recibidas en los interrogatorios, fue nuevamente detenido por una patrulla de carabineros al mando del sargento primero Herminio Fernández y el cabo Francisco Opazo. Junto a mi esposo fueron detenidos dos amigos que en ese momento le visitaban. Ellos son Arturo Prat Martí y Gregorio Retamal Venegas, egresados de la Escuela Normal de Chillán y ambos militantes de la Juventud Radical Revolucionaría.
El 2 de octubre comenzó nuestra desesperada búsqueda de información sobre el paradero y la suerte corrida por mi esposo y sus compañeros. De nada sirvieron los ruegos y súplicas, tampoco nuestra angustia. Nadie reconocía haberlos detenido. Así recorrimos todas las cárceles y campos de concentración en que se nos permitió consultar.
De esta manera transcurrieron tres largos meses de una angustiosa y desesperada búsqueda, hasta que, en la mañana del 27 de diciembre del mismo año, llegó al taller de relojería del cual mi suegro es propietario un campesino que deseaba que le repararan un reloj de pulsera. Con enorme sorpresa y angustia, mi suegro reconoció el reloj de su hijo. Preguntó al campesino donde lo había obtenido, pero el hombre, atemorizado, huyó a su hogar. Hasta allá fue seguido por mi suegro, quien lo interrogó. La respuesta fue que había sacado el reloj a uno de los cadáveres que se encontraban al otro lado del río Ñuble.
Inmediatamente nos trasladamos a ese lugar, mi suegro y yo. El espectáculo que descubrimos era realmente patético y siniestro. Yacían ahí 12 cadáveres carcomidos por el agua, los gusanos y las ratas. Algunos estaban amarrados con gruesos alambres, otros mutilados, en condiciones irreconocibles salvo por las ropas que aun permanecían en sus cuerpos. Reconocí el rostro de mi esposo.
Temerosos de que pudiera desaparecer su cadáver, lo ocultamos inmediatamente en una pequeña tumba que cavamos cerca.
Al día siguiente nos dirigimos al Tercer Juzgado del Crimen de Chillan a denunciar su asesinato y exigir se levantara acta de defunción. Después de un largo día de tramitaciones logramos obtener lo solicitado. El parte oficial, fechado el 28 de diciembre de 1973, señala que la causa de la muerte fue: "Anemia aguda con perforaciones múltiples de bala".
Hago notar que junto al cadáver de mi esposo se encontraba el de Gregorio Retamal Venegas, en condiciones similares. El cuerpo fue, también entregado a sus familiares con el certificado de defunción correspondiente. El cadáver de Arturo Prat no ha sido hallado hasta ahora.
No bastó a los fascistas lo ya narrado. Los allanamientos a mi hogar continuaron en forma constante. Finalmente, fui detenida el 15 de enero de 1974 por una patrulla de carabineros al mando del mismo suboficial que había apresado a mi esposo: Herminio Fernández. Sin dar ningún tipo de razones, me entregó al regimiento de Chillán.
En cuanto entré al regimiento, fui amarrada de pies y manos con apretados alambres, y me vendaron la vista. En estas condiciones, me arrojaron a un calabozo muy húmedo y estrecho donde permanecí por espacio de unas tres horas. Luego, fui sacada de allí y conducida a una sala grande donde me ataron a un poste. El interrogatorio comenzó con la siguiente frase: "¡Bueno, mierda!, ya que tu cagada de marido no dijo donde habían armas, tú vas a cantar ligerito si no quieres que te matemos a ti y después a tus huachos". Como mi respuesta fue que jamás vi nada, recibí el primer latigazo con lo que parecía ser una correa de cuero muy ancha. Al primero siguieron muchos y muchos más. No podía yo responder lo que ellos querían, por lo que me dijeron: "Ya que no hablas te vamos a hacer algo que te hará cantar hasta como se llama tu abuela".
Así, en medio de insultos y risas grotescas, fui desnudada. Me mojaron con agua y luego me botaron al piso, con los brazos y las piernas abiertas. Empecé a sentir fuertes golpes eléctricos. Tanto se repetían las descargas de electricidad que sufrí numerosos desmayos, y aunque gritaba suplicando que me dejaran, que no sabía nada, que estaban equivocados, de nada servía. A veces me metían en una celda para que me recuperara y pronto era sacada nuevamente para continuar el tratamiento. En muchas ocasiones, los oficiales llamaron a los soldados diciéndoles: "Vengan a entretenerse con ésta un poco, porque lo necesita". Así fui vejada y violada muchas veces. Luego, para reaccionar, me metían en unos tambores con agua durante algunos minutos, y nuevamente desnuda y mojada me devolvían a mi celda.
Así, angustiada, sufriendo constantemente humillaciones, torturas y vejámenes, viví en el regimiento de Chillan durante 15 días, en los cuales mi único alimento consistía en té frío y algo de pan remojado.
Un día, después de ser otra vez violada, me subieron a una mesa y me abrieron las piernas, introduciéndome alambres eléctricos en la zona vaginal. Sentí un fuerte golpe de corriente; creí que mi vida ya se terminaba, que me moría. Algo muy grave estaba pasando pues, entre los continuos desfallecimientos, oía voces que me parecían lejanas diciendo: "¡Puchas! ¡La cagamos! Avisen para que la botemos". Perdí definitivamente el conocimiento.
Desperté en la sala de operaciones del Hospital Herminda Martín. Había sufrido la ruptura del útero y tenía una fuerte hemorragia. Allí permanecí 10 días, al cabo de los cuales fui puesta en libertad con la advertencia de que si salía de mis labios alguna palabra en relación a las causas que originaban mi estado, ello me costaría la vida.
Durante mi permanencia en prisión, sólo se me exigió confesar en qué lugar se encontraban las armas que supuestamente ocultaba mi marido, cosa que jamás habría podido declarar por ser absolutamente falso. En septiembre de 1974 pedí asilo en la embajada sueca en Santiago.
No he querido ampliar con más detalles este relato porque, como dije anteriormente, no busco vuestra compasión sino despertar en ustedes la conciencia sobre la realidad horrorosa que viven a diario miles de mujeres chilenas, para que juzguen con objetividad las acciones del fascismo en nuestro país, y para que colaboréis a que retome, más temprano que tarde, la libertad y la justicia a ese rincón del mundo llamado Chile, mi patria.

Notas:
1. Los testimonios escritos entregados a la Comisión por la Federación Democrática Internacional de Mujeres, se publican a continuación de esta intervención (N. de la R.).
2. Cárcel de Mujeres atendida por monjas. (N. de la R.).
3. Cárcel de Mujeres (N. de la R.)
4. Escuela de la Fuerza Aérea en Santiago de Chile.

Edición digital del Centro Documental Blest el 07feb02

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